Friday, December 18, 2020

EL MOSTRUO SEGUNDA PARTE

Primera parte Estados Unidos: Sociedad religiosa y fundamentalista 27 Capítulo i Estados Unidos: Estado, religión y corrientes religiosas Los Estados Unidos son una sociedad profundamente religiosa en la que la religión se manifiesta en todas partes y a cada paso; una sociedad atada al cristianismo y a la Biblia, tanto al Antiguo como al Nuevo Testament (y en buena medida, como sociedad dominada por el protestaontismo, puede decirse que en ella el peso del Antiguo Testamento es incluso mayor que el del Nuevo, que, por supuesto, no es pequeño). Además, ese protestantismo, activo y creativo, se ha reproducido sin parar y también se ha diversificado en una multitud de iglesias y grupos religiosos, de modo que esa presencia y esa dominación se ejercen por medio de una serie de grandes corrientes y una infinidad de sectas medianas y pequeñas de todo tipo y de variados y curiosos nombres; sectas y corrientes que penetran toda la vida cotidiana de los estadounidenses. De todos los países desarrollados, modernos, industriales del actual mundo capitalista, los Estados Unidos son el más atrasado en este campo. Los domina el cristianismo en su versión protestante, puritana y calvinista, porque el catolicismo es religión minoritaria aunque cada vez más importante; y en gran medida el peso del fundamentalismo cristiano en ese país es realmente descomunal. Tanto que, como veremos pronto, en términos de su formulación moderna, ese fundamentalismo cristiano es un producto del país y constituye una de sus más arraigadas expresiones culturales. En fin, que en esa sociedad que pretende ser modelo superior y excepcional de modernidad, de separación de Estado e Iglesia, el dominio de la religión y de la Biblia es total y del mismo participan todas las corrientes y sectas propias del protestantismo. 

 

Ejemplo llamativo de esto es que toda la región del sur, la más atrasada del país, y en la que es mayor el dominio de la religión protestante y de sus sectas, y con ella la concomitante presencia absoluta de la Biblia, es llamada The Bible Belt, el Cinturón bíblico. Y es de notar el interesante hecho de que pese a toda su 28 religiosidad, sus cantos religiosos y sus Biblias, ese Sur, sobre todo el más profundo, es también la región más violenta y más racista de todo Estados Unidos, es la patria de la esclavitud, del Ku Klux Klan y de los linchamientos y quemas de indefensos negros vivos. Por cierto, en Estados Unidos, donde todo se comercializa y se convierte en mercancía, no resulta nada extraño que en ese cinturón bíblico territorial se haya promocionado en décadas anteriores la venta de un cinturón bíblico personal para que cada creyente pudiera vivir en forma permanente en contacto con la Biblia y absorber directamente de ella su mensaje y su sabiduría. (Al menos eso prometía el mensaje publicitario que lo promocionaba: «Carry the Word of God with you daily», «Lleve con usted a diario la palabra de Dios»). Esa sabiduría y esa sensación de estar en forma permanente comunicado, así fuese por ósmosis, con el dios judeocristiano se adquiría en la forma más sencilla: bastaba en esos años con usar, por supuesto después de comprarlo y pagarlo, un cinturón de cuero provisto de un bolsillo en el cual se metía la Biblia (en realidad se trataba solo del Nuevo Testamento en la conocida versión del rey Jacobo porque el Viejo Testamento, que sería la verdadera Biblia, resultaba demasiado grueso para meterlo en un simple, delgado y cómodo bolsillo). O sea, que la publicidad era claramente engañosa, algo por lo demás normal en el capitalismo. En el aviso que tengo a mano, y que data de 1987, el cinturón bíblico que debía llevar todo creyente se vendía por «solo 19,95 dólares». A decir verdad, no era barato. Pero este es un precio viejo; y de existir aún, el cinturón actual probablemente sería más moderno en su diseño y valdría más caro. Aunque dudo que aún exista, pues los rápidos avances tecnológicos de las tres últimas décadas (computadoras, Internet, celulares, tabletas, redes) parecen haberlo hecho innecesario.

 ¿Iglesia y Estado separados? 

¿Separados cómo y de qué? 

Conviene señalar esto, porque uno de los mitos fundacionales de Estados Unidos es que habría sido el primer país en separar el Estado de la Iglesia. Esto es, que la reunión de las trece colonias originarias que lograron su Independencia de la Gran Bretaña en 1783 y que luego se convirtieron en 1787, al aprobar su Constitución, en un nuevo país independiente con el nombre de Estados Unidoths de América, lo habrían hecho separando el Estado, el nue- 29 vo Estado, de la Iglesia, es decir, de toda sujeción o dependencia religiosa, lo que con la excepcionalidad que los caracteriza lo habrían logrado, además, en forma pacífica, sin disparar un tiro, antes de que lo lograra cualquier otro país. Y esto no es otra cosa que una gran mentira, que un verdadero mito fundacional. Lo primero que habríae Iae que decir a este respecto es que en realidad no existe ni siquiera hoy, a casi dos siglos y tres décadas de la creación de Estados Unidos, ningún país en el que se haya logrado separar en forma plena y definida el Estado de la Iglesia y mantener en forma permanente esa necesaria separación. Uruguay sería el más cercano a ello. Lo más que existe son países, en realidad muy pocos, que se aproximan a esta definida separación, pero aún sin lograrlo por completo y a los que empero se califica de Estados aconfesionales o laicos, habiendo grados de separación o laicización entre ellos. Y que por otro lado, existe sobre todo una cierta cantidad de países, que por cierto incluye a varios de los más modernos y avanzados, que son declaradamente confesionales pues siguen teniendo legalmente una religión de Estado, ya sea esta protestante o católica. Es el caso de Inglaterra, anglicana; de Dinamarca, luterana; de Costa Rica y Argentina, católicas; y de España, hipócritamente aconfesional, porque en realidad es un Estado dominado a plenitud por el catolicismo más intransigente. Es decir, que no existe hasta hoy ningún Estado que en forma libre se declare laico y soberano ante una religión, cualquiera que ella sea, y que obligue a la Iglesia o a las iglesias existentes y activas en su territorio a aceptar esa soberanía estatal y a limitar sus actividades al campo estrictamente religioso, sin injerencia alguna en la política ni derecho a recibir dinero del Estado y haciendo además que sus actividades se circunscriban a ese definido campo, que a fin de cuentas es privado y no estatal. Eso no significa que no se hayan hecho en algunos países intentos de lograrlo, pero lo cierto es que Estados Unidos, ni entonces en 1787 ni mucho menos después, podría haber sido uno de ellos. Esos intentos han sido varios; y todos más tarde o más temprano acabaron fracasando. El primero de ellos lo hizo la Francia revolucionaria en tiempos de la Revolución Francesa, más exactamente durante el dominio de los jacobinos radicales liderados por Robespierre en 1792-1794. Pero, conscientes del carácter demasiado prematuro de su tentativa, se vieron obligados a tratar de reemplazar la religión católica, que era la de la casi totalidad del país, por otra religión, por una religión racional que en el fondo no era más 30 que una suerte de intento de purificación o racionalización del cristianismo, con un Ser Supremo, un culto a la Razón y una veneración de la Libertad que muy poco tenía que ver con la intolerancia propia de la Iglesia y de la religión cristianas. Ni tampoco con la intolerancia política propia de esta etapa radical de la Revolución, que se sentía acosada por todas partes y respondía guillotinando. El único intento verdaderamente radical tuvo lugar en Rusia, pero bastante más tarde, ya en el siglo XX y fue el llevado a cabo a partir de 1917 por la Revolución comunista encabezada por Lenin y el partido bolchevique. En esa Rusia revolucionaria sí se logró una absoluta separación de la Iglesia y el Estado. El Estado se declaró laico e independiente de toda religión. Y la Iglesia, en este caso cristiana ortodoxa, la dominante en la mayor parte del vasto país, lo mismo que las otras, no solo fue forzada a aceptar la independencia del Estado y a someterse a una posición subordinada a él fuera de la política, sino que como se trataba de una poderosa fuerza autoritaria, reaccionaria y opuesta a la Revolución, fue perseguida en forma sistemática con el objetivo, bastante utópico por cierto, de erradicar la religión, de eliminar la alienación religiosa Sabemos que eso alimentó una solapada y a veces hasta explosiva guerra religiosa interna en el seno de la Unión Soviética durante toda su existencia, y también que a la larga el objetivo irrealizable de erradicar la religión (ya que aquí no se trató de mera separación entre Iglesia y Estado sino de un plan de destrucción de aquella por este) se derrumbó por completo con el derrumbe mismo del socialismo o comunismo soviético en el verano de 1991. Hubo intentos parecidos en otros casos, como en varios países de América Latina en la segunda segunda mitad del siglo XIX, en el contexto de la imposición de las llamadas reformas liberales, que atacaron el conservatismo y redujeron el poder enorme de la Iglesia; y, sobre todo, en ese mismo siglo XX, en que la mayor parte de los países del mundo occidental, europeos y americanos, lograron mal que bien y luego de luchas internas y a veces de auténticas guerras religiosas, un cierto grado de separación de Estado e Iglesia, en estos casos siempre católica, pero sin lograr que esta última perdiese su primacía y sin evitar que conservase la mayor parte de sus consagrados derechos. En Venezuela, luego del antecedente temprano marcado por Páez en 1830, se logró un importante avance en tiempos de Guzmán Blanco durante la década de los setenta del siglo XIX. Pero una parte de él se fue quedando en el camino en tiempos más re- 31 cientes. En México se había logrado algo similar antes, a mediados de ese siglo, con las guerras de la Reforma, en las que tuvo protagonismo Benito Juárez. Pero como esos logros se perdieron en tiempos de la dictadura de Porfirio Díaz, la Revolución mexicana que siguió a partir de 1910 logró una separación bastante radical entre ambos poderes, con superioridad e independencia del Estado, declarado laico, que quedó establecida en la avanzada Constitución de 1917 y que debió pasar por la difícil tarea que fue vencer en los años treinta del siglo XX la rebelión campesina de los cristeros, aunque el neoliberalismo mexicano que gobierna el país desde fines de los ochenta del mismo siglo XX hasta hoy ha vuelto a echar por tierra la mayor parte de lo logrado con esa Constitución. Un proceso de laicización menos explosivo pero igualmente profundo, y sobre todo más perdurable, es el que tuvo lugar en el Uruguay de las dos primeras décadas del siglo XX –bajo el dominio del liberalismo que tuvo por principal figura a José Battle y Ordóñez–, separación de Iglesia y Estado que fue definida por la Constitución de 1918, ratificada en constituciones sucesivas y que se mantiene hasta el presente, aunque amenazada recientemente por la Iglesia, que quiere volver a echar atrás las cosas. Y en la Guerra Civil Española de 1936-1939, los republicanos más radicales enfrentaron con firmeza y con las armas en la mano a la Iglesia más retrógrada, reaccionaria y poderosa de Europa, que era su propia Iglesia, la española. El clima fue otra vez de intensa guerra religiosa. Los obispos españoles paseaban bajo palio a Franco, como si este fuera lo que ellos llaman el Santísimo Sacramento, mientras una famosa foto mostraba a varios milicianos armados descargando sus fusiles contra una imponente estatua de Cristo Rey, el más poderoso símbolo de la derecha cristiana. En este caso los logros fueron pocos. La revolución española fue derrotada. Con el triunfo del franquismo la Iglesia aumentó su poder, y en las décadas siguientes volvió a hacer de España el país europeo más dominado por la Iglesia, algo que las décadas posfranquistas neoliberales ni siquiera han intentado maquillar. En fin, que no hay por ninguna parte de este mundo occidental, el que se considera más avanzado en ese decisivo campo, ningún país en que se haya logrado una verdadera separación entre Estado e Iglesia, pues siempre esta, la Iglesia cristiana en cualquiera de sus formas, más allá de la incompleta separación formal y limitada entre ella y el Estado, fijada en leyes y textos constitucionales, sigue conservando un claro predominio religioso y un papel a 32 menudo decisivo en la política. Y mal puede Estados Unidos, país en el que la religión ejerce un dominio pleno aceptado por toda la población y en el que los presidentes se consideran enviados de Dios, pretender haber sido, ya en 1787, el primer país en haber logrado (y sin conflicto alguno) esa decisiva separación de ambos poderes, el político y el religioso. Esto es falso. Pese a lo que se repite a menudo, la Constitución de Estados Unidos no separa en forma absoluta y radical el Estado de la Iglesia ni mucho menos declara que el Estado sea ateo o que carezca de religión, mientras al mismo tiempo permite, lo que en cambio sí hace, el libre ejercicio de todas las religiones en su territorio. No, al fundarse Estados Unidos en 1787 lo que la Constitución separó, evitando hablar del tema en forma directa, fue el Estado de las iglesias (todas ellas cristianas), pero no de la Iglesia y de la religión misma (por supuesto cristiana), porque el Estado resultó ser él mismo cristiano y protestante, aunque sin definirse por ninguna iglesia en particular ni por el predominio político en su territorio de ninguna corriente religiosa protestante (y menos aún, católica o judía). Esto es, plena libertad religiosa dentro de una enorme diversidad de corrientes religiosas e iglesias (casi todas ellas protestantes, pero incluyendo en esa plena libertad a las minorías católicas y hasta judías); todo ello en un Estado que no incluyó ni excluyó en el texto constitucional aprobado su definición como Estado cristiano y protestante, pero que lo era y podía serlo sin estar sujeto a ninguna de sus múltiples corrientes. Y ese era el objetivo. Pero para entender y ubicar bien esto se hace necesario examinar, así sea en forma somera, la evolución histórica en Europa del tema referente a religión, Iglesia y Estado junto con el de la tolerancia desde fines de la Edad Media hasta el siglo XVIII y compararlo con la aparición y evolución de esos mismos temas en las trece colonias británicas de América del Norte desde el siglo XVII hasta su Independencia en 1783, así como su ulterior conversión en Estados Unidos en 1787, al aprobarse en septiembre de ese año la Constitución llamada a regir la nueva Unión. 

Veamos entonces. Para los siglos finales del medioevo puede decirse que toda Europa era cristiana. Desde finales del Imperio Romano y a todo lo largo de la Edad Media, el cristianismo se había ido difundiendo por Europa, a veces por obra más o menos pacífica de misioneros, o por la fácil conversión de un rey pagano que se encargaba de 33 imponerle la nueva religión a su pueblo, pero en la mayoría de los casos lo hizo directamente por medio de la fuerza, la violencia y la destrucción de las religiones propias de los pueblos a los que se cristianizaba. Había, sí, una división entre los propios cristianos producto del cisma que en el siglo XI había separado definitivamente a los cristianos latinos, que se llamaron a sí mismos católicos, de los cristianos griegos, llamados ortodoxos, de modo que la parte oriental de Europa, como era el caso del imperio ruso, era ortodoxa y no católica, además de que la parte sudoriental del continente, incluida la propia Grecia, estaba sometida a los turcos, cuya religión era el islam sunnita. Pero para lo que ahora me interesa, lo tocante a la Europa Oriental puede dejarse de lado, porque no tiene ninguna importancia en lo que sigue. Y lo que sigue es que en el siglo XVI el catolicismo papal sufre una profunda división. Estallan la Reforma y el surgimiento del protestantismo con dirigentes como Lutero, Calvino, Knox y otros. Ese protestantismo da origen a varias corrientes religiosas: luteranas, calvinistas, presbiterianas; y también al anglicanismo, y a otras menores pero no menos importantes. La Iglesia católica papista, apoyada por los Estados que se definen como católicos, responde al protestantismo con violencia, utiliza todos sus recursos, prepara una Contrarreforma y lo que resulta de todo esto son las terribles guerras de religión que van a ensangrentar a Europa a todo lo largo del siglo XVI y durante la primera mitad del siglo XVII. A la intolerancia católica se opone la intolerancia protestante, no hay el menor espacio para la disidencia religiosa; y en este terreno la principal diferencia entre catolicismo y protestantismo es que el primero se mantiene unido bajo el férreo dominio papal mientras que el último, en cambio, se va dividiendo en corrientes y sectas que incluso se oponen y enfrentan unas a otras en lo interno por motivo de sus creencias, mientras por encima de ello las mantiene unidas el odio común al papismo que las condena y persigue a todas con furia y el enfrentamiento abierto con este y sus inmodificables dogmas. El resultado es que, por la religión y por el Estado que la apoya y la sostiene en cada caso, Europa queda prácticamente dividida en dos mitades: una católica o papista, sometida al Papa, y la otra protestante, bajo el dominio de cualquiera de sus diversas modalidades. La parte correspondiente al sur y centro del continente se mantiene firmemente católica. Es el caso de Portugal, España, Italia, Austria y Francia, pese a que en esta última la guerra 34 religiosa lleva a enfrentamientos violentos y a masacres como la de la famosa Noche de San Bartolomé. A su vez, la parte nórdica de Europa se convierte toda en protestante: Inglaterra, Escocia, Holanda, Suiza, Alemania, y los tres países escandinavos: Suecia, Noruega y Dinamarca. Y por su parte, en forma aplastante, Irlanda se mantiene católica y papista.

 En todo ese tiempo –siglos XVI y XVII– y en todos esos países, reina la intolerancia más absoluta. Los Estados europeos se definen por la religión y la religión es en todos ellos religión de Estado, lo que priva de derechos, incluido el de existir, a cualquier disidencia o minoría religiosa. Y el caso es que en todos ellos hay o sobreviven minorías religiosas, a veces importantes. En los países de Estado protestante se trata de minorías católicas, papistas, que son perseguidas y a las que la vida y el ejercicio religioso se les hace difícil o imposible. En los países de Estado católico se trata, en cambio, de minorías protestantes que viven situaciones similares y a las cuales se persigue, se somete a la Inquisición, como en España, o en el mejor de los casos se las expulsa del país. 

En Inglaterra, que nos interesa particularmente porque es entonces, en el siglo XVII, la metrópoli formal de sus colonias norteamericanas que luego van a constituir los Estados Unidos, hay varios virajes y cambios de religión porque en los siglos XVI y XVII se pasa varias veces de soberanos protestantes a católicos y de católicos a protestantes, con las consecuencias que eran de esperarse para corrientes dominantes o aceptadas que se convertían en perseguidas o viceversa. Enrique VIII proclama y dirige la conversión inglesa del catolicismo al anglicanismo, pero su hija María, llamada la Sangrienta o la Sanguinaria, restablece el catolicismo y se casa con Felipe II de España, el más poderoso e intolerante rey católico. Elizabeth I, su hermanastra, impone de nuevo el protestantismo, mientras en Escocia María Estuardo es católica. A Elizabeth la sucede en 1603 el hijo de María Estuardo, Jacobo I, que ha sido educado en el protestantismo. Su hijo y heredero Carlos I es protestante, pero después de la revolución de Cromwell y la restauración que sigue, el nuevo rey, Carlos II, vuelve a imponer el catolicismo, que se mantiene con su sucesor Jacobo II, y es solo con la «Gloriosa» revolución de 1688, que acaba con los Estuardo, que Inglaterra regresa otra vez al protestantismo y desde entonces este se mantiene como religión de Estado sin nuevos sustos ni volteretas.

 Es aquí, en medio de este cuadro europeo de intolerancia, de luchas incesantes entre catolicismo y protestantismo y de persecu- 35 ciones religiosas de todo tipo, que los futuros Estados Unidos, esto es, que lo que constituía en ese entonces el variado grupo formado por las colonias británicas del norte de América, entra a desempeñar un papel clave y a convertirse para los perseguidos por motivos religiosos en una auténtica esperanza. Y lo desempeña porque para esas corrientes religiosas perseguidas, casi todas protestantes, pero también católicas en algunos casos, América (aunque solo se trata de una franja de la América del Norte, porque el resto del continente está en manos de españoles o portugueses, que son intolerantes, inquisitoriales y papistas), es decir, esa América colonizada por Inglaterra con amplia libertad, representa un paraíso terrenal al que es posible llegar cruzando el océano que lo separa de la infernal Europa; porque se convierte para todas esas corrientes religiosas perseguidas en una suerte de Tierra Prometida como la que la Biblia le ofreció a los antiguos israelitas. Pero que no es una tierra casi desértica como Palestina, sino fértil, de excelente clima, llena de bosques, montañas, praderas y anchos ríos, una tierra inmensa, abierta, libre, en la que están seguros de que podrán practicar con libertad sus religiones y organizar partes de ella como territYorios libres, de acuerdo a su fe, valores y usos y costumbres sociales. ( ea de  como ersuponer, habitaban desde tiempo inmemorial pueblos indín la que,genas que, Biblia en mano, estos pretendidos santos se dedicarán a exterminar, sintiéndose como nuevos y verdaderos israelitas). 

 whar the Israelis  did to the Palestinians-


De esta manera se van poblanesrinido los territorios norteamericanos sobre los que Inglaterra ejerce una soberanía bastante flexible, compartida con empresas marítimas privadas que se encargan del contrato y traslado de los nuevos pobladores. Se trata de territorios que se amplían y diversifican gracias a ese rápido crecimiento poblacional y a la diversidad religiosa de esos nuevos pobladores, todos ellos europeos nórdicos, todos blancos, todos en busca de un nuevo mundo en el que esperan prosperar en libertad, pero procedentes de distintos países y contextos de intolerancia, protestantes en su casi totalidad, pero entre los que también hay emigrantes católicos prófugos de la represión que sufren en sus países de origen. 

Como todo paraíso soñado por humanos, este resultó relativo y limitado, humanizado, apenas se logró materializarlo en este mundo. Por supuesto, los emigrantes no eran todos santos ni «padres peregrinos», ni siquiera los consagrados con este nombre por la historia oficial estadounidense, tan creadora como es de mitos. El racismo, el autoritarismo y la intolerancia dominaban a esos colonos y es 36 claro que no todos los que emigraron a las colonias norteamericanas lo hicieron por motivos religiosos, aun si éstos también jugaron su papel.. Los motivos económicos y comerciales y las ansias de dominación social tuvieron un papel central y en realidad fueron mucho más importantes que los meramente religiosos, aunque entre los grupos protestantes, luteranos, y sobre todo calvinistas, ambas cosas resultaban estrechamente relacionadas y hasta identificables, ya que entre ellos obtener éxito económico era la mejor prueba de que se contaba con la bendición de Dios. Las luchas por el poder en las colonias fueron intensas y hubo frecuentes expresiones de descontento y rebeldía. La intolerancia religiosa, en especial la de los puritanos, los llamados Padres Peregrinos, impuso una asfixiante teocracia en Massachusetts y obligó a su principal crítico (Roger Williams, un defensor de la tolerancia y la separación de la Iglesia y el Estado) a emigrar a tierras vecinas para formar allí una nueva colonia, libre y tolerante. Así nació la colonia de Rhode Island. Las diferencias sociales crecieron en las colonias y pronto se produjo el conflicto usual de clases entre la minoría de ricos y la mayoría de pobres, y hasta de indigentes. Huir hacia el interior, hacia el territorio indio, era la sola esperanza de esos pobre ns, peroo todos y no siempre podían hacerlo. Por otra parte, los colonos empezaron pronto a masacrar a la población indígena o a expulsarla de sus tierras. Además, desde temprano importaron esclavos negros del África o de las vecinas Antillas francesas o españolas para usarlos como mano de obra servil en el Norte, donde pronto se instalaron manufacturas o empresas agrícolas y mineras; o para explotarlos como esclavos en el Sur, en el que aparecieron tempranamente las grandes plantaciones de tabaco, de caña de azúcar y algo más adelante de algodón, en las que la creciente mano de obra esclava resultaba indispensable. 

De todas formas, el resultado que me interesa ahora destacar, pensando ya en el siglo XVIII, es la enorme diversidad de corrientes religiosas y el peso decisivo de la religión sobre todas esas sociedades coloniales que, salvo por algunos lazos, son bastante independientes unas de otras; y que de hecho conforman grosso modo tres grupos de colonias: las cuatro del Norte, en las que dominan la agricultura, la manufactura y el comercio, las cuatro del Centro, en las que domina sobre todo el comercio, y las cinco del Sur, que son colonias agrarias, colonias de plantación, todas esclavistas, algo que en el Norte y hasta en el Centro cuenta cada vez menos porque en ellas disminuye la esclavitud, mientras en el expansivo Sur aumentan los esclavos. En todas esas colonias se ha 37 ido imponiendo con esfuerzo un alto grado de tolerancia religiosa, y las corrientes y sectas crecen con frecuencia y rapidez producto de divisiones de las religiones tradicionales dominantes y de la aparición de nuevas sectas por medio de los llamados revivals, es decir, de auténticos renacimientos religiosos movidos por predicadores populares que brotan por doquier, reanimando en todas partes el espíritu religioso de la población. 

 

Esas trece colonias, celosas de sus diversas expresiones de protestantismo (los católicos solo tienen cierto peso en Maryland, una de las colonias del Sur), de las libertades políticas que han conquistado y de la relativa autonomía que les ha permitido obtener esos logros, se unen en 1776 porque les resulta indispensable la unión para obtener su independencia de una Inglaterra que ha empezado a oprimirlas, a imponerles impuestos sin consultarles y a cerrarles espacios territoriales indispensables para su expansión. Y logran independizarse con su decisión, con el liderazgo de Washington, con el papel desempeñado por la élite de abogados norteños y plantadores sudistas que por su capacidad política imponen su hegemonía, y por supuesto por la ayuda militar de potencias europeas enemigas y rivales de Inglaterra, como Francia y España, que han contribuido en forma decisiva a su victoria, obtenida en 1783 luego de una guerra corta sin mucho apoyo popular, pero que les permite mantener su hegemonía sin tener que hacerle concesiones al pueblo ni abolir la esclavitud, ni reformar el sistema social elitesco del que son los principales beneficiarios. 

 

Es entonces cuando a esas excolonias se les presenta el principal problema, porque están conscientes de que si vuelven a separarse les va a ser difícil conservar su independencia en ese mundo colonial que es el de entonces y que lo que necesitan hacer es reunirse todas, pese a sus diferencias, para formar un nuevo Estado soberano capaz de garantizarles que mantendrán la libertad que han obtenido. Y es, luego de un corto período de inestabilidad y anarquía, que se deciden, en 1787, a discutir la forma de hacerlo, para lo que deben aprobar una Constitución que resuelva ese conflicto y garantice esa unidad. No intento ahora examinar las discusiones y conflictos que llenaron ese debate en medio de los cuales se aprobó al cabo la Constitución. Lo haré en un próximo capítulo. Me basta ahora con señalar que las diferencias entre esas colonias eran muy grandes (en el fondo se trataba de dos países, como lo puso en evidencia el conflicto que condujo al cabo a la guerra civil entre Norte y Sur en 1861-1865) y que aunque estaban 38 todas resignadas a encontrar soluciones aceptables, a lo que no estaban dispuestas era a sacrificar sus sistemas políticos y su libertad religiosa, que veían amenazados por el logro de esa Unión.

 

 De modo que la solución al fin adoptada fue la de formar un Estado central que por las peculiaridades de la situación (pues se trataba de unir en él con flexibilidad diversos estados diferentes, defensores de su autonomía) se llamó Estado federal. Ese Estado asumió el poder político de la nueva Unión, sus relaciones internacionales y las relativas al intercambio entre las diferentes provincias, ahora llamadas estados, y le garantizó a todos y a cada uno de esos territorios el derecho a mantener sus sistemas políticos republicanos y a conservar la libertad religiosa más absoluta. Eso significó que el nuevo Estado federal no pudiera definirse como Estado de ninguna de las iglesias y corrientes religiosas de los estados, pero dando por sentado que ese Estado, así esto no apareciera en el texto de la Constitución, no era laico sino cristiano, protestante, algo que los presidentes de Estados Unidos se encargarían de poner en evidencia a cada paso. De modo que para formar el Estado y conservar la libertad religiosa de cada colonia la única forma posible era que el Estado no asumiera la religión de ninguna de ellas, todas cristianas, pero sin dejar él mismo de ser cristiano. O dicho en otras palabras, que no hay separación entre Iglesia y Estado, entre Estado y religión, porque el Estado es cristiano y protestante. Lo que sí hay es que el Estado no se define por ninguna de las corrientes e iglesias protestantes existentes, para poder conservar la unidad del nuevo país lograda con tanto esfuerzo. 

 

Lo más positivo e invalorable que tiene la Constitución de Estados Unidos es que su texto, redactado en fecha tan temprana, llega al extremo radical de no hablar de religión y ni siquiera mencionar a Dios, salvo dos veces de paso, algo realmente extraordinario cuando vemos que todavía en estos tiempos actuales, más de dos siglos después, constituciones aprobadas por estados modernos y gobiernos que incluso se autocalifican de revolucionarios, inician sus textos constitucionales invocando a Dios Todopoderoso, es decir, derivando los derechos del pueblo no exclusivamente de la propia soberanía de este sino del apoyo o la voluntad de Dios. En ese aspecto, y solo en este aspecto, es imposible negar que la Constitución estadounidense es un modelo y un ejemplo. 

 

 

 

Así, separación del Estado respecto de las iglesias cristianas, pero no de la Iglesia ni de la religión cristiana misma, en este caso protestante. En cierta forma, así lo expresa la Declaración de Dere- 39 chos aprobada en 1791, que contiene las diez primeras enmiendas a la Constitución. La primera de ellas comienza diciendo textualmente: «El Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente». Esto se ha entendido usualmente como expresión de clara separación entre Estado e Iglesia, cuando realmente lo que muestra es algo más simple: no que el Estado fuese o debiese declararse ateo o extraño a la religión (por supuesto, cristiana, protestante), sino que para poder conservar la Unión no podía declararse dependiente de ninguna, debiendo por tanto abstenerse de declararse fiel de cualquiera de las tantas religiones e iglesias existentes en Estados Unidos. Pero sin que ello excluyera en de ningún modo que ese mismo Estado fuese cristiano, protestante y bíblico, como ya había mostrado a la escala de las diversas colonias la reciente historia colonial. Y por si hubiese alguna duda, desde el propio George Washington en adelante, los presidentes estadounidenses empezaron uno tras otro a demostrarlo y a incluir la fidelidad a la religión cristiana protestante en sus discursos y mensajes. 

 

En fin, que en Estados Unidos el Estado federal es cristiano, protestante, bíblico y en cada estado de la Unión predomina con toda libertad alguna corriente cristiana, protestante, mientras el Estado federal es cristiano en lo esencial, como expresión de un Pueblo Elegido, cristiano, bíblico, excepcional, pero sin definirse por ninguna religión o Iglesia y garantizando a sus habitantes, al menos en teoría, el derecho a disfrutar de plena libertad religiosa. Eso es así desde 1787 y el texto no ha cambiado. Lo que sí ha hecho, en todo caso, es empeorar por obra de sus presidentes y de sus líderes, no solo religiosos sino ‘laicos’, pues aquellos, siendo políticos laicos, actúan como líderes religiosos. Todos dicen actuar en nombre de Dios, aseguran hacer la política que Dios les manda y justifican sus actos y, sobre todo, sus crímenes, como ordenados por el propio Dios, que a menudo habla con ellos. 

 

 

 

Basta recordar o escuchar cómo hablan los presidentes de Estados Unidos (todos), cómo terminan sus discursos con un God bless America, cómo está Dios en el dólar, y cómo hablan con Él o reciben directa inspiración suya para sus políticas criminales. Los ejemplos son muchos, y puede decirse que casi cada presidente estadounidense tiene uno porque todos se creen mensajeros de Dios. Pero no alargaré más las cosas repitiendo esto, y voy a mencionar unos pocos ejemplos. 40 

 

Presidentes que hablan con Dios y reciben sus instrucciones 

 

El primer caso que comentaré es el de William McKinley, quien gobernó Estados Unidos entre marzo de 1897 y septiembre de 1901, cuando fue asesinado por un joven anarquista. Su entrevista con Dios tuvo lugar poco antes de que, inspirado por Él, tomara la decisión imperialista de ocupar las Filipinas. 

 

 

 

Estados Unidos había logrado derrotar, en 1898, a España para apoderarse al fin de Cuba y Puerto Rico en el Caribe. Pero sus intereses lo habían involucrado ya en el Pacífico por lo que, siendo ya dueño de Hawaii, se veía ahora ante la urgente necesidad de decidir si se adueñaba también de las Filipinas, en las que igual que en Cuba, una lucha independentista estaba cerca de derrotar a los españoles aunque, igual que los cubanos, los patriotas filipinos se oponían a la intervención estadounidense pues no querían cambiar la dominación española por el colonialismo norteamericano. A McKinley se le planteó todo ello en medio de una polémica política interna entre la recién creada Liga Antiimperialista, que se oponía a toda expansión colonial y extracontinental del país, y los poderosos grupos imperialistas que lo instaban en cambio a celebrar el imperio y a tomar la decisión de apoderarse de las rebeldes islas, ahogando a sangre y fuego si fuera necesario (como en efecto ocurrió) la lucha independentista del pueblo filipino. Después de mucho vacilar, el presidente McKinley tomó la decisión imperial de apoderarse de las islas y envió a los marines a hacerlo. 

 

Pero en esa criminal decisión, que llevó a Estados Unidos a embarcarse en una brutal guerra de violencia racista y de exterminio de pueblos enteros, estuvo implicado Dios, esto es, el Dios judeocristiano, porque McKinley así lo declaró. En efecto, casi un año más tarde un grupo de ministros protestantes lo entrevistó en la Casa Blanca, preguntándole las razones por las que había tomado la difícil decisión de apoderarse de las Filipinas; y McKinley les dijo que todo había sido obra de Dios. 

 

    Les confesó que él dudaba: Solía caminar por la Casa Blanca noche tras noche, hasta la                      medianoche, y no me avergüenza decirles, caballeros, que más de una noche me arrodillé y recé a     Dios Todopoderoso para que me iluminara y guiara. Una noche –era tarde ya– me vino [el                mensaje de Dios] de la siguiente forma; no sé cómo sucedió, pero me vino: Que no podíamos             devolver las Filipinas a España porque eso sería cobarde y deshonroso; que no podíamos dejar a         los filipinos solos, 41 porque no estaban preparados para la autodeterminación (…) que solo cabía      hacer una cosa: hacernos cargo de ellos para educarlos, civilizarlos, cristianizarlos (…). Después,      me fui a dormir a la cama y dormí profundamente. 

 

Aquí vemos a McKinley no solo asumir la llamada «carga del hombre blanco» del conocido poema imperialista y racista de Rudyard Kipling, que data justamente de 1898, sino pasear por los corredores de la Casa Blanca como pasea el Papa por los jardines del Vaticano, y declarar como declararía Pío XII en 1950, que había recibido un mensaje del propio Dios. En el caso de Pío XII fue un mensaje religioso: decretar como nuevo dogma católico el de la Asunción de María. En el de McKinley, que después de todo no era papa sino Presidente de Estados Unidos, el mensaje fue político-militar: se trataba de apoderarse de las Filipinas (aunque, según el mismo McKinley, Dios le habría hablado ingenuamente de educar y civilizar a los filipinos y no, como él hizo, de colonizarlos, encerrarlos en horribles campos de concentración, fusilarlos y masacrarlos). 

 

William Taft, realmente un hombre de peso (pesaba 140 kilos), fue Presidente de Estados Unidos de marzo de 1909 a marzo de 1913 y su nombre está asociado a la llamada «Democracia del Dólar», que es el nombre que suele darse a la política imperial de Estados Unidos sobre Centroamérica y el Caribe, imponiendo su dominio sobre toda la región a fuerza de presiones económicas, y de invasiones y agresiones cada vez que se hizo necesario. Taft agredió en 1912 a la Nicaragua progresista de Zelaya y al México de la Revolución mexicana, habiendo estado su embajador, Henry Lane Wilson, implicado abiertamente en el golpe derechista de Victoriano Huerta y en el cobarde asesinato del presidente mexicano Francisco Madero y de su vicepresidente Pino Suárez.

 

 En todas estas piadosas obras Taft se sintió guiado y acompañado por Dios; y si McKinley había sido más bien algo tímido al narrar su experiencia, Taft fue en esto mucho más directo. En 1912, ante el caos que vivía México luego del derrocamiento y asesinato de Madero, y dispuesto ya a que sus tropas invadieran el país vecino (cosa de la que se encargó su piadoso sucesor Woodrow Wilson en 1914), Taft declaró: 

 

No vamos a intervenir en México hasta que no quede otra opción, pero tengo que proteger a mi gente allí, en la medida en que me sea posible, así como sus bienes, haciendo entender al gobierno de México que hay un Dios en Israel y que está en guardia. Si no, no harán 42 caso a nuestras abundantes e importantes quejas y no darán la protección que es necesaria y que pueden dar. 

 

Lo que llama sobre todo la atención en este agresivo discurso no es tanto la amenaza. Después de todo, Estados Unidos ya había invadido México en 1846 y, al vencerlo en una guerra criminal, le había robado más de la mitad de su territorio. México conocía ya ese discurso y sabía lo que podía significar, aunque esta vez todo su pueblo andaba en armas. Lo que de verdad llama la atención es la mención del Dios de Israel, listo además para el ataque. Y es que no se trata de Israel sino de Estados Unidos. Y el Dios de Israel del que habla Taft no es el Dios judío sino el Jesús cristiano. No había en 1912 ningún Estado de Israel ni Taft podía hablar en nombre de ese Estado inexistente. Sí había unos Estados Unidos cristianos, de los que él era presidente y jefe de su ejército. Lo que Taft le estaba diciendo a los mexicanos, y de hecho al mundo entero, es que ellos, los Estados Unidos que él dirigía y representaba, eran el Nuevo Israel, el nuevo Pueblo Elegido de Dios, y que esta vez no se trataba de los antiguos israelitas, que después de todo no fueron fieles a Dios y no supieron reconocer al Mesías que era Jesús, sino de un nuevo Israel cristiano, amado de Dios, que reunía, sí, la fuerza bíblica del viejo Israel, pero que al ser cristiano y disfrutar del favoritismo divino y al disponer del poder militar de que disponía, resultaba a todas luces invencible y único. Esos eran, pues, los Estados Unidos, y Taft hablaba en su nombre. 

 

Harry Truman, sucesor de Franklin Delano Roosevelt, fue presidente de Estados Unidos entre 1945 y 1952; y entre otras obras suyas como iniciar la Guerra Fría y el mccarthismo antes de McCarthy, es mundialmente conocido y recordado como el responsable, en su calidad de presidente de ese país, del criminal lanzamiento de las dos bombas atómicas, una de uranio y otra de plutonio, arrojadas por aviones militares norteamericanos, una el 6 y la otra el 9 de agosto de 1945, sobre las poblaciones japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Pues bien, Truman declaró con orgullo que estos dos bombardeos, causantes de centenares de miles de muertos civiles, habían contado con la bendición de Dios, quien había dado la bomba atómica a su pueblo favorito, Estados Unidos, y no a sus enemigos, para que la emplearan en beneficio de lo que ellos siempre han defendido: la democracia y la libertad. Esto fue lo que dijo Truman: 43 

 

    Damos gracias a Dios de que la bomba haya ido a parar a nuestras manos y no a las de nuestros         enemigos; y le pedimos que Él nos guíe para utilizarla según sus designios y para sus fines. 

 

Es decir, que Dios decidió que la bomba atómica fuese creación de Estados Unidos porque ello era parte del plan divino. Y que Estados Unidos, por supuesto, como acababan de hacer en Hiroshima y Nagasaki, la utilizaría siguiendo los designios y planes divinos; designios y planes que, no hace falta decirlo, el propio Dios, como había hecho antes tantas veces, se encargaría de hacérselo saber al pueblo estadounidense por intermedio de su Presidente. 

 

George W. Bush hijo es uno de los grandes genocidas de nuestro tiempo. Gobernó Estados Unidos entre enero de 2001 y enero de 2009. Fue el vencedor de su primera elección, caracterizada por un fraude descomunal y escandaloso. Después del cada vez más sospechoso ataque a las torres del World Trade Center neoyorquino desató la invasión de Afganistán, y a continuación, basada en nuevas patrañas, la invasión y destrucción de Irak.

 

 Están todavía frescas sus menciones de que Dios no solo apoyaba todos sus actos políticos (es decir, sus crímenes e invasiones), sino que era quien se los ordenaba. También las imágenes de cómo iniciaba las reuniones de su gabinete con oraciones y lecturas de la Biblia. Y cómo, luego de preparar a distancia masivos asesinatos de pueblos, se iba a los jardines de la Casa Blanca a rezarle a Dios, o acudía con su familia a un templo de su religión metodista para asistir al culto religioso como si fuese un inocente parroquiano y no un político genocida con las manos chorreando sangre humana. 

 

Sobre su usual comunicación con Dios y su inspiración divina, basta un solo ejemplo. Bush le contó al conocido periodista estadounidense Bob Woodward que antes de ordenar la invasión de Irak en marzo de 2003 estuvo «rezando para reunir fuerzas a fin de cumplir con la voluntad del Señor», voluntad que evidentemente era atacar y destruir Irak como al parecer le dijo meses más tarde a un ministro palestino; y que después de ordenar la invasión se fue a los jardines de la Casa Blanca y allí rezó para que sus tropas invasoras estuvieran seguras «bajo la protección del Todopoderoso».Y cuando Woodward, recordando que Bush padre, en 1991, siendo entonces presidente, luego de derrotar a Saddam Hussein no se atrevió a desencadenar la invasión masiva y la destrucción de Irak, le preguntó si había recibido algún consejo de él, de su padre, George W. le respondió en forma rotunda: «No. Mi padre en la tierra no era 44 el padre adecuado al que debía pedir consejo, porque hay un Padre más alto, y es a ese (es decir, a Dios Padre) al que me dirigí». 

 

Eso son los Estados Unidos. Un país en el que los presidentes, y no solamente ellos, sino también sus secretarios de Estado, sus ministros, jueces y representantes hacen todo en nombre de Dios y con su consentimiento; y hablan a menudo con Él, que los ama, los dirige y aconseja, haciendo así que la política del país sea la mejor expresión de los planes y designios divinos. Eso es Estados Unidos: un país en el que los presidentes, todos protestantes salvo uno de ellos, le hacen la competencia desde la Casa Blanca al Papa católico como representantes suyos en la Tierra. ¿Es este el país que pretende no solo haber sido el primero en separar la Iglesia del Estado sino el que, más de dos siglos después, seguiría manteniendo esa separación? En Estados Unidos, religión y Estado son una y la misma cosa. Es un país cristiano, bíblico, modélico y excepcional, cuya política y cuyos cuyos crímenes, igual que sucedía en viejas sociedades del pasado, son siempre envueltos en un manto religioso que los santifica. Dios siempre está con Estados Unidos: God bless America. Es su nuevo Pueblo Elegido, su Nuevo Israel, pero que a diferencia del viejo Israel bíblico, que erraba, pecaba y abandonaba a Dios, este no se equivoca; y por eso es que Dios está siempre con él, indicándole qué hacer, qué gobernante extranjero hay que derrocar, qué país hay que invadir y qué pueblo del mundo hay que masacrar sin la menor piedad, tal como, según nos cuenta la Biblia judía, hicieron los antiguos israelitas para adueñarse de Palestina siempre dirigidos por Dios (Y como sus herederos sionistas de hoy vienen haciendo con el pueblo palestino actual desde hace más de seis décadas).

 

 Las diversas iglesias y corrientes religiosas1

 

 Dado que a lo largo de toda la parte anterior de este capítulo he estado haciendo reiterada referencia a la diversidad religiosa que caracteriza a Estados Unidos desde sus orígenes coloniales, y a la importancia que ha tenido en ellos esa diversidad desde entonces hasta el presente, creo indispensable tratar en lo que sigue de examinarla con un poco más de precisión a fin de poder detenerme con cierto detalle en lo tocante a sus casos más representativos. Eso sí, debo dejar claro de una vez por todas que lo que sigue no es un estudio en profundidad de la religión estadounidense y de sus distintas expresiones. No soy yo el más calificado para hacerlo ni 45 es ese el objetivo de este libro. Sobre la religión en Estados Unidos existen numerosos trabajos de mucha calidad, obra de calificados especialistas estadounidenses, a los que remito, siendo mencionados varios de ellos en la bibliografía. Lo que intento es algo bastante más modesto pero no por ello menos importante: dar una visión panorámica que ayude a comprender mejor los temas religiosos y sociopolíticos de los que trato en este mismo estudio, que son fundamentales para entender la sociedad estadounidense y para desmontar varios de sus mitos, tan importantes en un campo en extremo delicado, difícil y manipulado como es siempre el de la religión; campo, además, que en Estados Unidos conforma justamente una de las principales fuerzas dominantes y se halla presente por doquier. 

 

De entrada quiero señalar dos cosas. 

 

La primera es que la diversidad de religiones, iglesias y sectas religiosas en Estados Unidos constituye un fenómeno único, sobre todo cuando se piensa que se trata de la primera potencia del mundo, y que ese país capitalista e imperialista se presenta con orgullo a sí mismo como modelo de desarrollo económico y ejemplo superior de modernidad. En El libro negro de América, es decir, de Estados Unidos, su autor, Peter Scowen, cita la edición de 1996 de la Encyclopedia of American Religion, la cual contabiliza para esa fecha más de 2 150 religiones organizadas en el país. Sí, 2 150 religiones, cifra casi increíble, que además de las iglesias o congregaciones más grandes e importantes, incluye a otras de nombres realmente insólitos, como una que se hace llamar Nudist Christian Church of the Blessed Virgin Jesus (Iglesia Cristiana Nudista del Bendito Jesús Virgen). Por mi parte he averiguado que esa iglesia, promotora del nudismo, existe todavía. Ha actuado en el norte de Estados Unidos y en la frontera con Canadá. Su líder se hace llamar Zeus Cosmos, es autor de un libro (Book of Zeus), ha constituido una comunidad nudista, se ha movido sobre todo en las universidades, vendiendo franelas y afiches que promueven el nudismo en nombre de Jesús Virgen, y ha sido arrestado varias veces por pegar calcomanías nudistas, en 2002 por pintar esvásticas, y en 2006 por meter volantes con fotos suyas desnudo en buzones de correo de casas y apartamentos. 

 

Pero también quisiera mencionar otra curiosa religión, surgida en California. Se trata de la Iglesia de Hakeem, creada en 1977. Lo primero que Hakeem, su fundador, trataba de hacerle creer a sus seguidores era que Dios estaba en ellos, algo nada original, y que 46 con convicción y esfuerzo podrían lograr lo que quisieran, idea en la que todo estadounidense es educado. Pero lo que sí era original, al menos como proyecto religioso, fue lo que este estafador añadió luego: un programa llamado Dare to be Rich («Atrévete a ser rico») que, envuelto en una hábil capa de religiosidad, no era otra cosa que el juego tramposo de la pirámide, inventado por el estafador italoestadounidense Carlo Ponzi en los años veinte del siglo XX, y mejor conocido como juego de la pirámide de Ponzi. 

 

Hakeem, cuyo nombre completo es Hakeem Abdul Rasheed, logró estafar a una buena cifra de incautos con esa curiosa mezcla de mensaje religioso y apelación al natural deseo de tanta gente de hacerse rica con facilidad y creyendo contar para ello con la ayuda de Dios. Consiguió montar una pirámide enorme y todo funcionó bien por un año, de manera que en poco tiempo Rasheed y una asociada suya sí lograron hacerse ricos. Pero al producirse el inevitable agotamiento de la pirámide y quedar estafada la mayor parte de los jugadores, el escándalo terminó en demanda, la Iglesia de Hakeem fue disuelta por la policía y Rasheed fue llevado a juicio, aunque curiosamente logró ser absuelto. En su libro La cultura norteamericana contemporánea, el conocido antropólogo estadounidense Marvin Harris habla de esta iglesia, pero he logrado también tener acceso en Internet a datos más recientes, incluido el documento del juicio al que Hakeem fue sometido. 

 

La segunda tiene que ver con las estadísticas religiosas. Y es que llama la atención que en Estados Unidos, donde existen prácticamente estadísticas regulares y precisas de todo y donde los censos, que se hacen con regularidad, son envidiables por su exactitud y riqueza, en cambio, las estadísticas sobre religión sean incompletas, irregulares y hasta bastante difíciles de obtener. El Census Bureau recogió estadísticas religiosas en el ámbito federal en 1906, 1926 y 1936, pero luego suspendió la recopilación de las mismas al considerar que eran problemáticas. La razón esgrimida es que podían generar reacciones negativas entre los consultados, lo que podía afectar la exactitud de los datos recogidos. Había, en efecto, personas que no querían declarar o no querían definir de cuál Iglesia formaban parte. Solo en 2002 se intentó otra vez recopilar información federal sobre religión, pero el asunto no parece estabilizado hasta ahora. 

 

De modo que la información religiosa se obtiene por otras vías y, en algunos casos, no hay forma de conseguir datos exactos o actualizados. Los musulmanes, por ejemplo, son renuentes, con 47 toda razón, a ofrecer datos religiosos. Los judíos, en cambio, tienen su propio organismo capaz de recopilar y publicar estadísticas sobre su religión y sus adeptos. Las otras religiones, la católica y las protestantes, también hacen sus recuentos periódicos, pero estos no son del todo confiables, a veces por fallas técnicas, pero sobre todo porque suelen manipular con frecuencia las cifras de fieles en función de sus intereses. 

 

Afortunadamente existen en Estados Unidos varios organismos independientes que llenan ese vacío, siendo el más confiable el Pew Research Institute que, entre otras cosas, brinda con regularidad estadísticas sobre religión y las difunde por Internet. Se consiguen datos de 2015, los más recientes. Pero no siempre esas estadísticas son suficientemente detalladas, como ocurre en el caso de las iglesias protestantes, y a veces es difícil obtener la información que se busca cuando se trata de iglesias menores. De todas formas, en la medida de lo posible dan una idea bastante aproximada y, sobre todo, actual de esa inmensa diversidad. 

 

En el territorio inicial ocupado por las colonias británicas de América del Norte y en los tres territorios vecinos de estas: por el Norte, el Oeste y el Sur, se produce desde temprano la presencia de una diversidad de iglesias y religiones. En estos tres casos se trata de católicos, ya sean estos españoles o franceses, pronto rivales de los colonos ingleses protestantes. Los españoles han estado presentes en ese Sur desde el siglo XVI, en toda la parte que más adelante, ya en tiempos republicanos –en el siglo XIX–, los Estados Unidos le arrancan a España, sobre todo a México, desde Florida hasta California. Se trata, por supuesto, de misioneros jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos. Esos católicos españoles fundan iglesias, monasterios y crean muchas misiones y pueblos. Los franceses se han expandido en el siglo XVII y en el territorio que entonces ocupan: Canadá, los Grandes Lagos y Louisiana, también son misioneros pero esta vez franceses, ya sean franciscanos, jesuitas o de otras órdenes; y han creado iglesias, pueblos y misiones y cristianizado a los indígenas, con los que por lo general mantienen buenas relaciones. El catolicismo papista es así la primera religión europea que se instala en Norteamérica, pero sin ocupar, salvo por la excepción de Maryland, pequeña colonia fundada por el hijo de lord Baltimore en 1632, la larga franja de territorio (desde Massachusetts hasta Virginia) que desde 1607 empiezan a ocupar y a repartirse las sucesivas olas de colonos británicos. 48 

 

Y es en ese territorio donde se produce, desde temprano, esa diversidad de religiones que va a caracterizar el paisaje religioso de los futuros Estados Unidos. Los siglos XVII y XVIII, asociados a los conflictos religiosos europeos y a la intolerancia que domina por doquier en el Viejo Mundo, son fundamentales en ese proceso. La primera Iglesia en instalarse es la anglicana o Iglesia de Inglaterra, que es la Iglesia mayoritaria, oficial y dominante en la metrópoli. La instalación del anglicanismo se va haciendo en las sucesivas colonias, pero su instalación acaba fracasando porque no crece ni cuenta con suficientes párrocos y obispos, y sobre todo porque las olas sucesivas de inmigrantes que llegan pertenecen a otras iglesias y religiones protestantes o son disidentes del anglicanismo. Además, tanto sus cifras de fieles y la firme decisión de estos para exigir libertad de cultos como el clima de tolerancia que en medio de rivalidades se va imponiendo sobre el intento de los anglicanos de ejercer también su dominio sobre los nuevos territorios americanos, los ayudan a conquistar sus derechos. Y lo que va a dominar en estos nuevos territorios es el puritanismo calvinista, que pronto se constituye en la mayoría religiosa en las colonias aunque dando origen a nuevas corrientes e iglesias que llevan otros nombres y que cuestionan o minimizan algunos de los fundamentos originales de su propia religión. Los puritanos, calvinistas estrictos, dominan pronto en todo el norte, particularmente en las colonias llamadas Nueva Inglaterra, en especial en Massachusetts. Calvinistas holandeses se instalan en Manhattan y fundan Nueva Ámsterdam, futura Nueva York. Los hugonotes, calvinistas franceses, lo hacen en Nueva Inglaterra, Nueva York, Virginia y en las dos Carolinas. Calvinistas y luteranos alemanes se asientan en Pennsylvania, y luteranos suecos se instalan en Delaware. También se establecen en colonias del norte los presbiterianos o calvinistas escoceses y los congregacionalistas. Asimismo se instalan en las colonias los hermanos moravos, que en el siglo XVIII aparecen en Pennsylvania, Georgia y Carolina del Norte. Los shakers, miembros de una secta pacifista inglesa fundada en el siglo XVIII y que desde entonces esperan la segunda venida de Cristo, se instalan en una colina cercana a Nueva York. Por su parte los menonitas, anabaptistas holandeses también pacifistas, se sitúan en Pennsylvania, Virginia y Ohio. Y hasta grupos judíos logran asentarse también en Rhode Island, Pennsylvania y Nueva York. 49 

 

Por cierto, Pennsylvania es la tierra de los cuáqueros. Estos, que se llaman a sí mismos Amigos o Sociedad Religiosa de Amigos, son un grupo religioso fundado en Inglaterra hacia mediados del siglo XVII como grupo disidente por George Fox. Los cuáqueros emigran pronto a las colonias americanas, sobre todo a Massachusetts, donde los puritanos los consideraron peligrosos herejes y ahorcaron a varios de ellos, entre los cuales había una mujer, Mary Dyer. Huyeron a Providence, en Rhode Island, donde fueron protegidos por Roger Williams. Progresaron, aunque siempre encontraron rechazo por ser amistosos, fraternales, igualitarios, defensores de los indios, enemigos de la esclavitud y partidarios de separar la Iglesia del Estado. Pero carecían de territorio propio. La situación cambió cuando en 1681 el rey Carlos II de Inglaterra le entregó al cuáquero William Penn un territorio en las colonias situado al oeste y sur de Nueva Jersey, donde por fin pudieron instalarse en paz, practicar con libertad su religión, tener buenas relaciones con los indios y progresar fundando ciudades, entre ellas la capital de la colonia, a la que Penn llamó Filadelfia, «ciudad del amor fraternal», y haciendo de esta, llamada posteriormente Pennsylvania, una colonia próspera, acogedora y ejemplar.

 

 Así, como lo muestran esos procesos migratorios, el intolerante puritanismo se vio forzado, luego de mucha resistencia, a irse abriendo, aunque fuera en parte, a convivir con corrientes disidentes propias o con otras nuevas religiones ansiosas de disponer de territorios en los que ejercer sin trabas la libertad religiosa y económica que reclamaban. En efecto, ola tras ola de inmigrantes se van incorporando a las colonias nuevos disidentes cuya presencia genera inevitables rechazos y conflictos: los baptistas ingleses, que combinan rasgos puritanos con elementos del antiguo anabaptismo (como el bautismo por inmersión de los adultos), seguidos un siglo después por los metodistas, también ingleses, que tienen prácticas religiosas parecidas. Unos y otros son producto del primero de esos grandes awakenings o «despertares», que de Inglaterra van a pasar pronto a las colonias inglesas y luego a Estados Unidos, y que son grandes movimientos masivos, de pueblo, que perduran por años; que sacuden, haciéndolas despertar, a las religiones instaladas y de los que se derivan escisiones o nuevas religiones más sencillas y dinámicas. Los despertares son movidos y protagonizados por predicadores laicos, espontáneos, sencillos, venidos del pueblo, que reúnen a las gentes en verdaderas multitudes fuera de las iglesias, en espacios abiertos, y que provocan 50 entre ellas delirios religiosos, suerte de prácticas chamánicas, de sacudidas, espasmos, bailes y trances, que implican revivals (avivamientos), y que son más capaces que las viejas religiones ya institucionalizadas de atraer en masa a nuevos y emocionados seguidores, los cuales sienten que en ellas han encontrado la salvación que buscan.

 

 En el siglo XIX sigue la diversidad, en medio de crisis, división de las mayores religiones protestantes y aparición de nuevas religiones. En las primeras décadas de ese siglo, el puritanismo dominante se ve afectado por el aumento del intelectualismo, el deísmo y el racionalismo entre grupos de intelectuales que intentan reducir el peso de la religión. Esto da base a la respuesta virulenta de esas religiones, al antimasonismo y al nativismo que examinaré en otro de los capítulos. Importancia especial tiene el crecimiento demográfico y territorial del Oeste, basado en la expulsión de indígenas, la ocupación de nuevos territorios y el sostenido aumento poblacional. Los episcopalianos, anglicanos, no lograron mucha influencia en esta zona. Tampoco los congregacionalistas; sí algo, en cambio, los presbiterianos y los luteranos alemanes. Los que mayor influencia logran en el Oeste son los metodistas y los baptistas, ambas iglesias grandes, sencillas y populares, que se convierten en las mayores religiones protestantes y llevan a cabo una actividad misionera permanente entre los colonos de esta área.

 

 Pero el fenómeno religioso más importante de la primera mitad del siglo XIX y quizá de toda la historia religiosa estadounidense sea la aparición de los mormones. Aunque su cifra de creyentes, luego de una fuerte explosión inicial, nunca llegó a ser muy grande y en la actualidad sigue siendo baja, lo cierto es que la religión de los mormones, cuyo nombre oficial es Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es la religión más original de Estados Unidos. En el estudio que hace de los mormones en su libro La religión en los Estados Unidos, Harold Bloom no duda en afirmar que los mormones son la principal religión estadounidense. A mí, aun respetando la opinión de Bloom, me parecería suficiente con aceptar que es la más original. Pero en todo caso, habría que estar de acuerdo en que importante u original lo es no tanto por su tamaño, sino por ser la única que se corresponde con la excepcionalidad que tanto predican los estadounidenses. En efecto, no obstante sus referencias inevitables al judaísmo y a las Diez Tribus Perdidas de Israel, se trata de una religión plenamente estadounidense. Su creador es un verdadero profeta, un profeta 51 estadounidense, algo excepcional, como pretende ser todo en Estados Unidos. No cualquier país tiene un profeta. Ese profeta es un joven laico, de nombre corriente, Joseph Smith, que se siente inspirado por Dios, habla con un ángel y afirma haber descubierto unas placas sagradas asociadas al antiguo Israel y a la llegada en el remoto pasado de antiguos israelitas de las Tribus Perdidas al territorio de Estados Unidos. En todo caso, él parecía creer en serio todo ese confuso pastel. Ese profeta estadounidense traduce, guiado por un ángel, un libro inspirado, El libro de Mormón, crea una nueva religión mezcla de judaísmo, cristianismo y gnosticismo, religión que suscita un verdadero movimiento de masas; es decir, que lo que Smith persigue como gran objetivo no es reunir tras sus ideas a un grupo de gentes sino a todo un pueblo, al pueblo de Estados Unidos (y más delante al de todo el mundo). 

 

Los mormones rompen esquemas religiosos, incluso en un contexto abierto en ese campo como Estados Unidos. Encuentran resistencia entre los defensores de la religión tradicional. Smith muere asesinado como otros profetas, aunque se defiende de sus asesinos peleando a tiros por su vida, algo excepcional en un profeta pero corriente en una sociedad cargada de violencia y en la que todos están armados, como es la sociedad estadounidense. Muerto Smith, su heredero y continuador, Brigham Young, asume el mando y ante el rechazo encontrado en el Este, decide conducir al pueblo mormón hacia el Oeste. Una multitud de fieles, hombres y mujeres, lo sigue, recorriendo más de dos mil kilómetros, cruzando todos los inmensos Estados Unidos a lo ancho, de Este a Oeste, hasta llegar a lo que es el actual estado de Utah, en el Lejano Oeste. En ese territorio semidesértico y poco poblado, Young funda la ciudad de Salt Lake City e instala en ella una auténtica teocracia. Los mormones, que practican a gran escala la poligamia, a la que llaman matrimonio plural, crecen, tienen sentido empresarial, logran un importante desarrollo económico y se mantienen en ese territorio en medio de conflictos con el Estado federal hasta que en 1890, ya muerto Young desde hacía años, aceptan abandonar la poligamia sometiéndose a las leyes de Estados Unidos, siendo autorizados por el Gobierno federal a conservar el gobierno de Utah, nuevo estado. Así se incorporan a la sociedad estadounidense. Más adelante preciso algunas de las ideas propias de la religión mormona y me refiero a los mormones actuales, que son, por cierto, bastante diferentes de los protagonistas de ese asombroso cuadro inicial de persecuciones y epopeya. 52 

 

Hay otros fenómenos importantes en los Estados Unidos del siglo XIX que inciden sobre las iglesias y corrientes religiosas. Uno de ellos es la inmigración y el otro la agudización del conflicto por la esclavitud, que lleva en forma inevitable a la secesión del Sur y al estallido de la Guerra Civil para mantener la Unión. 

 

La inmigración europea incrementa grandemente la población de Estados Unidos, que en 1830 es de 12,8 millones y que alcanza en 1860 la cifra de 31,5 millones. El papel clave de la inmigración en esto es claro. Entre 1830 y 1860 la cifra de inmigrantes, todos ellos europeos blancos, llegados al país, es de 4,9 millones. En esa inmigración la mayor parte sigue siendo germánica y anglosajona, pero ya empieza a aumentar la de europeos mediterráneos, italianos, en este caso; y sigue siendo grande la de irlandeses, que constituyen casi la mitad de los inmigrantes entre esas dos fechas. El luteranismo se beneficia de esa inmigración alemana, que suma 1,3 millones entre ambas fechas. Pero el principal beneficiario es el catolicismo, que ha venido creciendo en forma casi solapada. La Iglesia católica ha aprovechado muy bien las anexiones de Louisiana, Texas y California por Estados Unidos, porque todas ellas han aportado católicos al país. Y lo que más la ha beneficiado es la enorme cifra de la inmigración irlandesa y el comienzo, que se va a masificar en las décadas siguientes, de la inmigración italiana, toda católica, pronto seguida por la polaca, también católica. El hecho es que para 1860 el catolicismo se ha convertido en la primera religión del país, aunque la suma de las principales religiones protestantes lo supera con claridad. Este hecho va a tener consecuencias serias porque las amenazas y ataques de grupos protestantes contra los católicos van a aumentar, ya que se acusa a los católicos de no ser verdaderos americanos por ser súbditos de un poder extranjero enemigo de Estados Unidos, como es el poder del Papa, enemigo declarado del protestantismo, y que buscaría por medio de los católicos apoderarse del país y someterlo a su dominio. 

 

El otro tema es el de la esclavitud. Los Estados Unidos eran en realidad dos naciones, dos sociedades diferentes, la del Norte y la del Sur, y el esclavismo, dominante en todo el Sur, indispensable para el sistema de plantación del que dependían su economía y su elitesca forma de vida, acentuaba el conflicto entre ambas. El enfrentamiento entre abolicionistas y esclavistas se agudizó a mediados del siglo XIX y fue elemento clave del estallido de la Guerra Civil. No tanto por razones morales o por principios ideológicos, sino por los intereses políticos y económicos que estaban en juego: 53 para los nordistas la conservación de la Unión, para los sudistas su supervivencia misma como sociedad. Y ese enfrentamiento afectó necesariamente a las diversas religiones estadounidenses, obligadas a definirse frente al espinoso tema. 

 

En cuanto a definirse, los menos afectados fueron puritanos, católicos y mormones. Los puritanos, ya en decadencia como corriente específica y representados a mediados del siglo XIX por los congregacionalistas, se habían definido desde la época de la colonia frente al tema, y la Biblia, en especial el Antiguo Testamento, les había servido para justificar la esclavitud. Los católicos también la justificaban, en su caso con el Nuevo Testamento. Tenían mucho peso en el Sur y su alianza con los plantadores esclavistas los comprometió en forma abierta con la defensa de la esclavitud, lo mismo que su presencia en el Partido Demócrata, que fue durante la Guerra Civil y la ulterior reconstrucción el partido de los esclavistas y terratenientes en el Sur. Por su parte los mormones, que eran abolicionistas como su fundador Joseph Smith, estaban bastante lejos del centro del conflicto, viviendo allá en Salt Lake City y disfrutando de su poligamia como los santos y venerados patriarcas del antiguo Israel. 

 

De modo que las religiones que se vieron más afectadas por el candente tema de la esclavitud fueron los metodistas y los baptistas, que ya para esos mediados del siglo XIX eran las dos religiones protestantes más grandes e importantes de Estados Unidos. Y ambas, aunque en principio y durante las décadas anteriores se habían mostrado partidarias de la abolición, se vieron ahora forzadas a dividirse. Los metodistas y los baptistas del Norte reiteraron su pronunciamiento a favor de la abolición. Pero los del Sur, demasiado comprometidos con los sudistas, pasaron a defender la esclavitud de los negros (que en el Sur se llamaba púdicamente the Peculiar Institution) como una institución bíblica y, por tanto, humana y sacra. Los metodistas del Norte siguieron siendo abolicionistas, mientras los del Sur trataban de justificar la esclavitud. El caso de los baptistas fue el más dramático. Pese a todas sus declaraciones tempranas en defensa de la libertad de religión y pensamiento, los baptistas se quedaron cortos en lo tocante a defender la libertad personal y condenar la esclavitud. En tiempos del Primer Gran Despertar tanto ellos como los metodistas habían condenado la esclavitud y llamado a manumitir a los esclavos, pero en las décadas siguientes, a medida que el debate entre esclavistas y antiesclavistas se hacía más virulento, empezaron a suavizar sus posiciones. En el siglo XIX las iglesias baptistas se expandieron no solo por el Norte sino tam- 54 bién –y bastante– por el Sur. Muchos plantadores esclavistas y hasta varios predicadores se hicieron baptistas. Así, mientras los baptistas norteños seguían siendo antiesclavistas, los del Sur debieron ajustar su posición a los intereses de los plantadores. La división entre ambos grupos se produjo, lo que obligó a los baptistas del Sur, donde tenían una presencia muy importante, a convocar una convención para unificar posiciones acerca de la esclavitud. En esa convención de los baptistas del Sur, reunida en 1845, descubrieron que la Biblia que leían a diario aprobaba la esclavitud y que los cristianos sudistas no solo la toleraban, sino que la necesitaban. 

 

Declararon entonces que, después de todo, la esclavitud era una institución humana que debía por tanto mantenerse, y que lo que había que hacer era pedirle a los dueños de esclavos que trataran a estos en forma paternal, lo que llevó a los negros baptistas a crear iglesias baptistas negras separadas por completo de las que apoyaban la esclavitud. La libertad de los esclavos se logró al final de la Guerra Civil, pero los baptistas del Sur siguieron apoyando a los explantadores y tratando de convencer a los negros de que aceptaran la segregación y las humillantes leyes Jim Crow. Fue mucho más adelante, ya en pleno siglo XX, que los baptistas sudistas redujeron su racismo contra los negros, lo que les permitió incrementar bastante más su cifra de seguidores. 

 

Aunque en el resto del siglo XIX y en el curso del siglo XX ese cuadro religioso estadounidense sufre nuevas modificaciones y se enriquece, creo que con esto es suficiente para dar idea de la riqueza y complejidad del mismo y de la infinita influencia que ejerce sobre la vida, la economía y la política de Estados Unidos, tanto ayer como hoy. De todas formas, más adelante mostraré algunas de esas nuevas modificaciones y me detendré en las más importantes. Por lo pronto voy a intentar añadir unas pocas nuevas precisiones a las principales y más peculiares de esas corrientes protestantes estadounidenses. 

 

Adventistas 

 

Los adventistas se caracterizan por creer inminente el Segundo Advenimiento o venida de Cristo. El movimiento adventista fue producto del Second Great Awakening (Segundo Gran Despertar), que desde cerca de 1790 hasta casi mediados del siglo XIX revivió con nuevas fuerzas al protestantismo estadounidense, sobre todo a baptistas y metodistas. Su fundador fue William Miller, originalmente un predicador baptista laico, quien creó la religión 55 adventista en 1831 a partir de sus prédicas sobre la inminente Segunda Venida de Cristo. Los movimientos adventistas son varios y han dado origen a distintas iglesias, en las que se disiente sobre algunos temas centrales como la naturaleza de la inmortalidad y la eternidad o no del castigo de los pecadores, pero lo que los une como religión es su idea central, la creencia ciega en esa Segunda Venida de Cristo que Miller, tras dos años de estudiar a fondo la Biblia y de examinar otros libros que hablaban de su inminencia y de las señales que ya la estaban anunciando, la fijó para el año 1843 basándose en cálculos hechos por él a partir de la conocida profecía bíblica de Daniel, aunque luego de algunas dudas precisó que tendría lugar el 22 de octubre de 1844. Las prédicas de Miller lograron atraer a más de 50.000 personas que se incorporaron al adventismo y que se dedicaron a esperar, en medio de una emocionada tensión y una gran esperanza, esa segunda venida del Salvador. Pero Cristo los dejó esperando. Decepcionados, los fieles designaron esa fecha como the Great Dissapointment (el Gran Chasco o la Gran Decepción) y, como era de esperar, el movimiento sufrió una desmoralización terrible y prácticamente se vino abajo. Miller, desesperado, porque creía fielmente en esa Segunda Venida, no acertó nunca a explicar el motivo del Gran Chasco. Murió en 1849. No obstante, sus más fieles seguidores lograron rescatar el movimiento, aunque este se fragmentó en cuatro grupos, de los que solo sobreviven los llamados Adventistas del Séptimo Día, y mantuvieron la idea que les daba sustento, la de la Segunda Venida, pero para evitarse nuevos problemas prefirieron no fijarle fecha. (Es también el caso de los testigos de Jehovah, que en cierta forma derivan, pero no inmediatamente, del millerismo adventista). Esa prudente decisión de no fijar fecha a la Segunda Venida rescató al adventismo, pero le dificultó crecer como antes. La idea de la fecha era demasiado tentadora y uno de los sucesores de Miller, un religioso llamado Jonas Wendell, tras estudiar otra vez la cronología bíblica, decidió correr de nuevo el riesgo y la fijó para 1868. El resultado fue que Cristo los volvió a embarcar. Wendell no cedió en su idea, revisó todo e insistió en que la Segunda Venida sería en 1873. Todavía hubo tercos fieles que esperaron, pero Cristo tampoco vino y Wendell finalmente se rindió. Murió poco después. Empero, el adventismo no desapareció por ello, sino que intentó incluso ofrecer varias explicaciones del Gran Chasco, dicien- 56 do unos que Cristo sí había vuelto, pero solo en forma espiritual, y otros que sí había ocurrido algo, pero que no se lo había captado y entendido. Lo cierto es que la idea de la Segunda Venida seguía siendo atractiva por su enorme carga de esperanza mesiánica, apocalíptica y milenarista, de modo que por medio de los Adventistas del Séptimo Día el adventismo se mantuvo, aunque sin dejar de ser una pequeña religión. 

 

Adventistas del Séptimo Día 

 

 

 

Derivan del adventismo original de Miller, pero se caracterizan porque además de mantener la idea adventista de la Segunda Venida de Cristo, pero sin fecha precisa (aunque tampoco han resistido la tentación de fijarla, como hicieron, de manera sutil, en 1975), se ciñen como los judíos estrictos a la rigurosa observancia del sábado, séptimo día de la semana, día que ellos dedican al reposo y a la adoración de Dios. Después del Gran Chasco y de la fragmentación del adventismo original, el grupo que sobrevivió mejor fue el de esos Adventistas del Séptimo Día, y fueron ellos los que organizaron y revivieron el movimiento a partir de 1863. Su libro es la Biblia, a la que consideran la absoluta y sagrada palabra de Dios. No solo lo tienen como libro sagrado e infalible sino que es para ellos la única fuente de sus creencias, tal como hacen los protestantes fundamentalistas. Para ellos la fe en Jesucristo salva. Consideran, por otra parte, que el mundo vive el conflicto permanente entre Jesús y Satanás que se inició con la rebelión originaria de este contra Yahveh-Dios. Creen en un juicio investigador a cargo de los cristianos profesos o santos, que permite, revisando los libros sagrados, determinar quién se salva y quién se condena. Al menos la condena no es a pasar la eternidad sufriendo torturas en el infierno, sino la de sufrir tras la muerte la absoluta y definitiva destrucción. Otra creencia importante de los Adventistas del Séptimo Día es que conservan de los anabaptistas la idea del bautismo por inmersión. Sin abandonar la religión que practican, los Adventistas del Séptimo Día han devenido en una gran organización empresarial dedicada a la salud, que organiza y mantiene dietas sanas, crea y organiza clínicas médicas y produce, promociona y vende alimentos saludables. Uno de esos alimentos es el mundialmente conocido Corn Flakes de Kellogg. El promotor de esa empresa fue John Harvey Kellogg, miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo 57 Día, y el fundador fue su hermano William Kellogg. Los Adventistas del Séptimo Día fueron los grandes promotores del consumo de cereal con leche y azúcar como desayuno diario, saludable e ideal, y este modelo de consumo se ha difundido e impuesto en todo el mundo. En todo caso, se considera que la dieta usual de los Adventistas del Séptimo Día, combinada con la atención médica regular que reciben, resulta saludable, pues un estudio de expectativas de vida (no sé si hecho por ellos mismos) muestra que entre sus miembros esa expectativa promedio es de 88 años. Según datos del Pew Research Center, para el año 2008 los Adventistas del Séptimo Día contaban con 938.000 fieles y representaban 0,4 % de la población de Estados Unidos. 

 

Baptistas 

 

Los baptistas, que constituyen un grupo variado de iglesias evangélicas que comparten rasgos comunes, se definen ante todo por su doctrina de que el bautismo de niños carece de valor, siendo este válido solo si se bautiza a creyentes racionales, adultos, conscientes de su fe. Además, debe tratarse de una inmersión completa del cuerpo del neófito en agua corriente y no una simple aspersión de unas gotas de esta sobre el bautizante. Esa idea del bautismo de adultos en las aguas de un río intenta reproducir el de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista, tal como narra el Evangelio de Mateo, y deriva, sin duda, de los anabaptistas medievales, condenados por la Iglesia católica, y de sus herederos renacentistas; aunque los baptistas minimizan esta idea y atribuyen su fundación como corriente religiosa al pastor John Smyth, cercano a la corriente menonita, quien habría creado la Iglesia baptista en Ámsterdam en 1609 como ruptura tardía con la Iglesia anglicana y sus posiciones moderadas. Pocos años más tarde había ya una congregación de la Iglesia baptista en Londres y unas décadas después llegaron baptistas a las colonias inglesas de América del Norte, donde no encontraron mucha aceptación, sobre todo en Massachusetts o Nueva Inglaterra, siendo rechazados y perseguidos por los puritanos, igual que los católicos habían perseguido antes a sus antepasados anabaptistas. Los primeros baptistas debieron huir de Massachusetts hacia Providence, Rhode Island, nueva colonia fundada por Roger Williams y de ella empezaron a expandirse. Han tenido protagonismo en varios awakenings y revivals. Hoy, los diversos grupos de iglesias baptistas, encabezados por la Convención Baptista del 58 Sur, constituyen la mayor comunidad protestante de Estados Unidos, superada en número solo por los católicos y superior a todas las otras corrientes protestantes, aunque ellos prefieren que se los califique de evangélicos. En todo caso, los datos más recientes, de 2012, hablan de más de 35 millones de baptistas en Estados Unidos, lo que representa 11, 5 % de la población del país. Las creencias básicas de los baptistas, sustento de su fe, parten de que el bautismo del nuevo creyente adulto por inmersión completa en agua corriente, precedida de una declaración de fe en Jesucristo y en la salvación por el bautismo, es un verdadero renacer. Por eso se los llama también renacidos. Jesucristo salva, es su Señor, su Rey y Juez de la Iglesia y la conciencia. Toda jerarquía eclesiástica es rechazada por ellos. Los baptistas se congregan en asambleas dirigidas por líderes de la comunidad que sirven fielmente a Jesús y que reciben orientación del Espíritu Santo. Esas asambleas son libres e independientes y en ellas participan activamente todos los fieles, de modo que las decisiones derivan de lo que en ellas se decide. Y la base de todo es la Biblia. La Biblia toda es santa palabra de Dios, contiene su voluntad y es la única fuente de sabiduría y autoridad. En medio de todo esto, los baptistas defienden la libertad de conciencia y de elección. Se trata de un derecho divino y, por tanto, quien lo viole se estaría oponiendo a la voluntad de Dios. Son defensores de la libertad religiosa. Los baptistas niegan varios sacramentos, entre ellos la transubstanciación, estimando que la repartición de pan y vino por Jesús en la Última Cena fue solo un acto simbólico y no la conversión física de estas sustancias en su cuerpo y en su sangre. La salvación es por la gracia, pero no excluye las buenas obras que el elegido pueda hacer como resultado de esta.

 

 Metodistas 

 

Igual que los baptistas, la Iglesia metodista fue fundada en Inglaterra, pero más tarde, ya en el siglo XVIII. Se considera que su fundador fue el clérigo inglés John Wesley y que nació en torno a 1740 de un revival que tuvo lugar entonces en tierra inglesa, provocado por Wesley, por su hermano Charles y por otro teólogo llamado George Whitefield, los cuales decidieron renovar, reanimar, la Iglesia de Inglaterra mediante predicación fuera de los templos, abierta, al aire libre, basada en un estudio de la Biblia al que ellos llamaron acercamiento metódico. Los metodistas hablaban de la necesidad 59 de renacer, la justificación por la fe, la salvación por la gracia y la acción del Espíritu Santo. Y así empezaron a atraer a muchos nuevos fieles. En los años siguientes Wesley y sus seguidores crearon sociedades metodistas, aunque Wesley declaró que nunca intentó que esas sociedades fueran a conformar una nueva Iglesia, ya que solo quería renovar la fe cristiana. Y condenó incluso el nombre de «metodistas» que se empezó a dar a sus seguidores. Fue solo años más tarde, luego de morir él en 1791, que el metodismo se declaró Iglesia separada. Pero esto no es del todo cierto, porque dos décadas antes los metodistas, dirigidos por Wesley desde Inglaterra, habían empezado a trasladarse a las colonias americanas y a crear sociedades en ellas. En pocos años se instalaron en todas las colonias: en Nueva York, Filadelfia, Nueva Jersey, Delaware y Maryland, entre otras. Atrajeron a mucha gente con su trabajo misionero, su estilo abierto y su mensaje. Pero eso les provocó el rechazo de los celosos dirigentes de las iglesias locales. La crisis se resolvió luego de lograda la Independencia, y Wesley aprobó en 1784 la idea de crear en los recientes Estados Unidos una Iglesia metodista independiente. Fue a partir de entonces que el metodismo arraigó en el país, fue creciendo en forma sostenida, participó en el Segundo y el Tercero de los grandes despertares y en numerosos revivals, y hoy las diversas iglesias metodistas que la integran son la segunda más importante corriente protestante de Estados Unidos. Para 2008 contaban con 11,3 millones de fieles y representaban 5,0% de la población según datos del Pew Research Institute. La teología de los metodistas es claramente calvinista, pero como el calvinismo radical había sido suavizado por el teólogo holandés Jacobo Arminio, pronto se dividieron en dos corrientes: la principal, mayoritaria, moderada, seguidora de Arminio, que es la de Wesley, y la otra, radical, minoritaria, encabezada por Whitefield, que se hace llamar metodista calvinista. Los metodistas seguidores de Wesley no aceptan la predestinación absoluta del calvinismo radical sino que la matizan, la convierten en predestinación moderada, haciendo que la gracia divina no impida en cierta forma el libre albedrío. Creen en la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, siendo Jesús Dios y consustancial con su Padre. Aceptan el Credo de Nicea, y de los siete sacramentos solo dos: el bautismo, siempre que sea en la edad adulta y por inmersión, igual que lo aceptan los baptistas; y la comunión, en la que recibirían el cuerpo y la sangre de Cristo, signos de redención. 60 Insisten, además, en el estudio metódico de la Biblia, considerada como texto sagrado y fuente de toda verdad. 

 

Luteranos 

 

La historia de los luteranos en Estados Unidos resulta complicada y repetitiva porque lo que la caracteriza, luego de su instalación un tanto tardía en las colonias, son las dificultades, las crisis, las divisiones y los reagrupamientos. Los primeros luteranos llegaron a las colonias norteamericanas en el siglo XVIII procedentes de Suecia y, como vimos antes, se instalaron en Delaware y en Pennsylvania. Fueron reforzados por una buena cifra de inmigrantes alemanes, sobre todo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. Pero en general se mantuvieron como grupo religioso aislado y les costó mucho integrarse a la sociedad estadounidense y abandonar el alemán por el inglés. En la actualidad están reunidos en varios grupos ecuménicos que han ido superando rivalidades y le permiten una cierta unidad a esa importante iglesia. Datos del Pew Research Institute de 2008 daban una cifra de 8.674.000 luteranos en Estados Unidos, lo que representaba para entonces 3,8 % de la población del país. 

 

Pentecostales 

 

Como religión, el pentecostalismo deriva de un movimiento de santidad nacido del metodismo, el cual aparece en los inicios del siglo XIX como resultado del Segundo Gran Despertar. Hacia 1840 ese movimiento empieza a predicar la doctrina del bautismo por el Espíritu Santo. Y es de allí que deriva el pentecostalismo, que en realidad se constituye en 1901. Es un movimiento de renovación cristiana, protestante, centrado en el logro de una experiencia personal directa de Dios, experiencia extática, emotiva, por medio del llamado bautismo en el Espíritu Santo. Su nombre deriva directamente, como es obvio, de la cristiana fiesta de Pentecostés, en la que, según lo narrado en los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo se apareció a los apóstoles que estaban reunidos, desparramando sobre ellos llamaradas de fuego y dotándolos del don de lenguas, algo que todos empezaron a aprovechar de inmediato para escándalo de los judíos, que los veían hablar lenguas extrañas (xenoglosia) o utilizar palabras incoherentes, confusas, propias de otras lenguas (glosolalia). 61 El pentecostalismo no es exactamente una iglesia sino un conjunto de iglesias que comparten esa creencia en el bautismo en el Espíritu Santo. Son varias las corrientes que lo conforman (histórico, clásico, unicitario y carismático), es decir, que pese a sus diferencias, todas ellas se autodesignan como pentecostales. Tienen influencia calvinista, pero más bien arminiana porque no aceptan la predestinación estricta ni que la crucifixión de Jesús haya sido para salvar solamente a unos pocos elegidos. Son fundamentalistas en sus posiciones. Pero en realidad la influencia dominante en ellos (la cual no reconocen) es el chamanismo, al punto que en su excelente libro La religión en los Estados Unidos, Harold Bloom dice que el pentecostalismo es el chamanismo estadounidense. En efecto, el bautismo en el Espíritu Santo, que se realiza en las que ellos llaman Asambleas de Dios, es una auténtica sesión de chamanismo, en la que se logra el éxtasis de cada recién bautizado al recibir el Espíritu Santo, quien baja del cielo derramándose en forma de Jesucristo sobre toda la masa de fieles y provocando entre estos sacudidas espasmódicas, repentinas caídas, gritos diversos, actos de glosolalia y xenoglosia, y a veces hasta milagrosas curaciones. Los pentecostales se consideran miembros de la Iglesia de Cristo y son fieles del Espíritu Santo. Algunos creen en la Trinidad Cristiana, aunque en su seno se dan corrientes que insisten en que Dios es uno y no trino, siendo Jesús solo manifestación de Dios. Pero cualquiera sea el caso, Jesús es siempre el personaje principal, al que identifican con el Espíritu Santo. El punto de partida del pentecostalismo es que Jesús salva. La salvación es don de Dios, que gracias a la crucifixión de Jesús, Aquel concede a los humanos creyentes. Y el bautismo, esencial para ellos como para todo cristiano, es obra de Jesús. Así, en lo que los pentecostales llaman bautismo del Espíritu Santo es Jesús quien bautiza con el Espíritu Santo. Los pentecostales adquirieron notoriedad e incrementaron grandemente la cifra de sus fieles gracias al papel desempeñado por uno de sus más destacados miembros, el carismático e histriónico predicador Jimmy Swaggart, uno de los más hábiles predicadores fundamentalistas que coparon los medios televisivos en Estados Unidos desde los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, siendo seguidos fielmente por millones y millones de embobados estadounidenses. 62 Los pentecostales esperan la Segunda Venida de Jesús. Para ellos esa venida está próxima, aunque no tiene fecha. Lo que ellos recomiendan a sus fieles es llevar, mientras esperan por esa ansiada venida, una vida santa en la que sean capaces de compartir una profunda dedicación religiosa con frecuentes trabajos cristianos. La Segunda Venida de Jesús la ven formada por varios momentos distintos. El primero es el Arrebatamiento de la Iglesia. A este sigue la Gran Tribulación, asociada a la aparición del Anticristo. Luego se alcanzaría el Reino Milenial, que culminaría con la Nueva Jerusalén y la Resurrección de los Muertos para pasar todos por el Juicio Final, que decidiría el destino eterno de cada uno de ellos. En fin, un buen pastel chamanista envuelto en ideas cristianas. Los pentecostales, según datos del Pew Research Institute, para el año 2008 contaban con 7.948.000 fieles, equivalentes a 3,5 % de la población del país. 

 

Presbiterianos

 

 Los presbiterianos son la Iglesia calvinista que se basa en las enseñanzas del predicador escocés John Knox, promotor del calvinismo en Escocia y uno de los principales teólogos protestantes del proceso de Reforma del siglo XVI. Esa Iglesia reformada se desarrolló en Escocia, Inglaterra y en el norte de Irlanda, y de las Islas Británicas pasó a las colonias americanas del Norte, donde pronto se difundió. La teología presbiteriana es calvinista, basada en la Biblia protestante y en la enseñanza de Calvino. La distingue en lo organizativo como corriente religiosa su oposición al episcopalismo, es decir, al gobierno de la Iglesia por obispos, como ocurre en el anglicanismo. Para los presbiterianos, que rechazan por aristocrático el gobierno de los obispos, la Iglesia debe estar dirigida por presbíteros, como ocurría entre los primeros cristianos, según la propia Biblia, antes de que aparecieran los obispos. Presbítero en griego significa anciano; y aunque entre los presbiterianos los presbíteros no son siempre ancianos, lo que importa es que sean siempre miembros de la comunidad reconocidos por su sabiduría y no que pretendan dominarla como autoridades. Los presbiterianos se establecen en Pennsylvania, en Filadelfia, en 1705, pero pronto empiezan a vivir sucesivos conflictos religiosos internos y a experimentar divisiones y nuevos reagrupamientos. Así llegan al siglo XX y lo más importante de su historia es que, 63 a principios de ese siglo, aparecen jugando un papel esencial en el inicio del moderno fundamentalismo estadounidense; y décadas más tarde en su proyección masiva mediante el uso por predicadores fundamentalistas de los grandes medios audiovisuales. Voy a examinar ese proceso en el siguiente capítulo. En todo caso, datos del Pew Research Institute de 2008 dan una cifra de 4.723.000 presbiterianos, equivalente a 2,1 % de la población estadounidense.

 

 Mormones 4

Como ya se ha dicho antes bastante acerca de los mormones o Iglesia de los Santos de Jesucristo de los Últimos Días, me limito ahora a añadir unas pocas cosas. Vimos que la base religiosa de los mormones es la Biblia y con ella El libro de Mormón, aunque también cuentan y se citan algunas reflexiones y declaraciones del profeta y fundador de la Iglesia, Joseph Smith. Señalamos que después de sus entrevistas milagrosas con el ángel, Moroni, y de descifrar el texto de las placas metálicas que este le mostró y de las que tradujo El libro de Mormón, Smith, que funda la religión mormona en Ohio en 1830, se traslada luego con sus numerosos seguidores hasta Missouri y se instalan en la pequeña ciudad de Nauvoo, fundada y bautizada por Smith, donde encuentran rechazo y Smith es asesinado en 1844. Es entonces cuando Brigham Young asume la jefatura del pueblo mormón y decide trasladarlo al Lejano Oeste, al otro lado de Estados Unidos. Cruzan el Mississippi, atraviesan las praderas del centro del continente, que aún no es estadounidense, y se instalan en una zona semidesértica vecina de un gran lago salado en lo que hoy es el estado de Utah. La región era todavía territorio mexicano, pero como resultado de la guerra criminal de Estados Unidos contra México, iniciada en 1846 y concluida con la derrota mexicana en 1848, pasó a poder de los estadounidenses. En 1847, Brigham Young funda la ciudad de Salt Lake City, que se convierte en la capital de los mormones y que de pequeño pueblo se convierte en las décadas siguientes en una pequeña y bien organizada ciudad. El gobierno de Estados Unidos se muestra muy incómodo con la existencia de la comunidad mormona no solo por su independencia sino por la poligamia que practica legalmente con el nombre de matrimonio plural y siguiendo en esto a los viejos patriarcas del antiguo Israel. Smith la practicó con cierta prudencia y moderación, pero Young reunió una importante cifra de esposas a su lado y los otros líderes lo imitaron. Y lo cierto 64 es que esta costumbre jugó un papel muy importante en el crecimiento sostenido de la comunidad. Tropas del gobierno de Estados Unidos atacaron dos veces Salt Lake City, pero sin éxito. Y el problema solo se resolvió en 1890, al decidir los mormones aceptar las leyes de Estados Unidos y abandonar la poligamia, aunque algunos la conservaron por un tiempo. Concluida esa etapa heroica, los mormones empiezan a cambiar. Desde temprano han mostrado una gran capacidad de trabajo y una enorme facilidad para el comercio, la industria y los negocios. Salt Lake City se convierte pronto en una ciudad que no deja de prosperar y de crecer, llenándose de empresas y de bancos y de participación en ferrocarriles; y muchos son los mormones que se convierten en empresarios prósperos y ricos. Ese ha sido el camino desde entonces. Los mormones, cada vez más lejos de esa etapa heroica, nunca lograron convertirse en la religión de todo el pueblo de Estados Unidos pero en la actualidad, a pesar de que son una iglesia menor en cuanto a la cifra de fieles o seguidores, son en cambio una comunidad importante y de mucho peso por el poder económico y político logrado por sus adeptos. Y desde hace ya décadas se sabe, aunque ellos lo niegan, que manejan importantes cargos en los organismos de seguridad de Estados Unidos, empezando por los que desempeñan en esa siniestra organización criminal que es la CIA. Según los datos de 2008 del Pew Research Institute que vengo citando, los mormones para esa fecha eran 3.158.000, lo que constituía 1,4 % de la población de Estados Unidos.

 

 Testigos de Jehová 

 

Los Testigos de Jehová son un movimiento milenarista cristiano, protestante, que sueña con el Armagedón, el Apocalipsis y el triunfo final de Jehová contra todo un mundo como el actual, dominado completamente por Satanás. Armagedón es un confuso término bíblico. Se refiere al antiguo mundo judío, pero solo aparece en el Apocalipsis cristiano y hace referencia a un monte Megido que no existe ni existió; pero lo que sí existió fue la antigua ciudad de Megido, frente a cuyo sitio se extendía una vasta llanura en la que se dieron varias batallas. Los Adventistas del Séptimo Día descartaron el inexistente monte y decidieron que Armagedón sería el sitio de la batalla final previa a la Segunda Venida de Cristo, con la que se iniciaría el milenio que lleva al fin del mundo. 65 Esa es la lectura que aceptan los Testigos de Jehová: después de Armagedón y en medio de un terrible cuadro apocalíptico que desean sea pronto y consideran inminente, se alcanzaría el Milenio, el definitivo Reino de Dios, en el que participarían los elegidos, que para ellos son solo una élite de 144.000 personas, cifra que intenta reproducir lo que según la Biblia judía habría sido la suma de los integrantes de las antiguas Doce tribus de Israel. El movimiento de los Testigos de Jehova fue formado por Charles Taze Russell, que venía del fracasado milenarismo adventista de Miller. Russell promovió y dirigió por décadas un movimiento de estudiantes de la Biblia; y en los años setenta del siglo XIX, acompañado por un teólogo llamado Franklin Rutherford, fundó un organismo doctrinal difusor de folletos y libros de corte adventista y milenarista, llamado Zion’s Watch Tower Tract Society, que fue la base de los Testigos de Jehová. Pero este nombre fue adoptado por esos estudiosos en 1931, muchos años después de la muerte de Russell, para diferenciar su movimiento de otros grupos de estudiantes de la Biblia. A diferencia de los movimientos e iglesias protestantes, que permiten la libre lectura de la Biblia, los Testigos de Jehová se oponen a esa libre lectura. Tienen y usan su propia Biblia, traducida por ellos, y solo el cuerpo gobernante que los dirige, un grupo de ancianos que tienen su sede en Brooklyn, puede hacer interpretaciones del texto bíblico. Los Testigos de Jehová no leen otra cosa que sus propios libros e interpretaciones de la Biblia y se someten dócilmente a lo que sus gobernantes les dicen. De la Biblia, sus libros favoritos son los judíos, es decir, los del Antiguo Testamento; y del Nuevo Testamento, el Apocalipsis atribuido a Juan. Las creencias de los Testigos de Jehová, que se autocalifican de restauradores del cristianismo primitivo, difieren en muchos puntos esenciales no solamente del catolicismo, sino también del protestantismo. Rechazan la Trinidad cristiana, la existencia del infierno y la inmortalidad del alma. No consideran dios a Jesucristo y su adoración está toda dirigida a Jehová, que no es el suavizado Dios Padre cristiano sino Yahveh, el furibundo dios judío, dios guerrero, tribal, intolerante; dios de conquista, que odia a sus enemigos hasta la quinta generación y que llama al exterminio de otros pueblos distintos al judío y a despojarlos de sus tierras. Los Testigos de Jehová, capaces, mientras esperan el soñado Armagedón, el Apocalipsis y el fin del mundo, de inundar este con 66 sus folletos de propaganda, son una religión cerrada que se caracteriza por la arrogancia, la intolerancia y el desprecio por otras religiones, llamando incluso a sus fieles a reducir o evitar tratos con quienes las practican. Esperan ansiosamente la Segunda Venida de Cristo y se atrevieron a fijarle fecha varias veces, la última en 1975, repitiendo el fracaso del adventismo inicial del que derivan, pero sin que esto los afectara. Desde 1975 hablan de que en esa fecha sí se produjo una venida espiritual de Jesucristo, y afirman que en consecuencia el mundo actual, podrido como está, vive desde entonces sus últimos días. Rechazan el patriotismo, el servicio militar, el saludo a cualquier bandera, condenan la Navidad, las fiestas de cumpleaños y buena parte de otras fiestas. De sus ideas centrales una des más cuestionables es que se oponen rotundamente a las transfusiones de sangre, no importando para nada las vidas que estén o puedan estar en juego. Pese a estas problemáticas limitaciones, los Testigos de Jehová, que han sido perseguidos muchas veces, tienen seguidores en todo el mundo y de acuerdo con una encuesta del Pew Research Institute, en 2008 contaban en Estados Unidos con 1.914.000 adeptos, lo que constituía 0,8 % de la población del país. Para dar fin a este corto recuento, conviene decir algo sobre los cuáqueros y sobre el calvinismo.

 

 Cuáqueros 

 

No son exactamente una Iglesia sino una corriente religiosa libre y muy diversificada cuyo lazo de unión original es la creencia, compartida con otras corrientes protestantes, de que cada ser humano puede vivir por su cuenta una experiencia directa de Dios sin necesidad de mediadores porque hay algo de divinidad en él (o en ella), y porque los cuáqueros cuentan con una luz interior alimentada por el Espíritu Santo y por la Biblia. Pero además de eso, lo que constituye su originalidad como religión son otras cosas. Su nombre oficial es Religious Society of Friends (Sociedad Religiosa de Amigos, o más simplemente Amigos). Se organizaron como sociedad religiosa disidente del anglicanismo en la conflictiva Inglaterra de mediados del siglo XVII y su fundador oficial fue George Fox, pero pronto se los conoció como quakers, cuáqueros, que en inglés significa tembladores, sea porque experimentaban temblores al recibir a Dios o porque Fox los había llamado a temblar en el nombre del Señor. 67 Se difundieron por las Islas Británicas, pese a que su lucha por la libertad religiosa y su oposición al anglicanismo, religión oficial, los condenaron a amenazas y persecuciones. Pronto muchos cuáqueros pasaron a las colonias americanas, donde también encontraron resistencia y sufrieron persecuciones, pero a pesar de ello lograron difundirse, aunque con dificultad. La solución para ellos llegó cuando William Penn, un joven y respetado cuáquero inglés, logró del rey británico Carlos II, que tenía una deuda con su padre, que le concediera en propiedad, en 1681, un vasto territorio en las colonias, situado al sur y al oeste de Nueva Jersey, y permitiera la libre emigración de cuáqueros, en especial a ese territorio. Así nació la nueva colonia, que pronto se llamó Pennsylvania y cuya capital, fundada por Penn en 1682, fue bautizada como Filadelfia, la Ciudad del Amor Fraternal. Los cuáqueros se identifican con el cristianismo primitivo y creen que su luz interior, dirigida por el Espíritu Santo, los guía en la búsqueda de ese camino de salvación. Son pacifistas, enemigos de la violencia y partidarios de evitar los conflictos. Son partidarios de respetar los acuerdos logrados, algo que al principio intentaron aplicar en sus tratos con los indios. Defienden la idea de llevar una vida sencilla y modesta en la que a la religión se le dé la debida importancia. Desde su fundación se opusieron a la trata de negros y a la esclavitud, siendo los primeros en hacerlo cuando reyes, nobles ingleses y científicos y filósofos como Newton y Locke participaban en compañías negreras en calidad de accionistas, y cuando buena parte de las colonias americanas vivía de la esclavitud y dependía de ella. En 1947 les fue otorgado el Premio Nobel de la Paz. No obstante, los tiempos cambian; y los cuáqueros, que son solidarios en tantos campos, son también calvinistas en lo económico por lo que su idea de que el éxito económico es signo de favoritismo de Dios ha llevado a que muchos de ellos hoy sean poderosos empresarios o gerentes de grandes corporaciones internacionales. En cuanto a su expansión, cuantitativamente no son muchos; y en la actualidad no pasan de cien mil adeptos en los Estados Unidos, repartidos entre las numerosas corrientes que se autocalifican de cuáqueras. … Debido a que incluir en un solo capítulo todas las dimensiones de la religiosidad estadounidense de las que necesito hablar 68 lo haría demasiado largo, prefiero dejar para el próximo el análisis de dos temas claves, que son indispensables para completar y terminar de comprender el complejo panorama religioso estadounidense y el dominio pleno que ambos ejercen sobre el país. Se trata en primer término del fundamentalismo protestante, moderna creación de los Estados Unidos, y en segundo término del papel que ha desempeñado y desempeña el calvinismo en la sociedad estadounidense, incluido el que ha tenido en la aparición y desarrollo del fundamentalismo. Y es que fundamentalismo y calvinismo, estrechamente relacionados, tienen un papel esencial en la vida y en el cuadro religioso de la sociedad estadounidense de antes y de hoy. 

 

Notas 1 

 

Para el examen de la diversidad religiosa existente en los Estados Unidos, aparte de libros leídos y releídos desde mucho antes sobre la religión estadounidense y sobre temas conexos, he examinado ahora diversos textos, ensayos, documentos y manuales relacionados en forma directa con el tema, incluidos artículos de prensa digital y de Internet, difíciles de obtener por otra vía. Pero por ahora quisiera destacar tres libros que me han sido de mucha utilidad. El primero y más útil es el ensayo de Harold Bloom La religión en los Estados Unidos, el más interesante de los tres, rico en informaciones y análisis y también en tomas de posición fundamentadas que no siempre comparto. También La religion aux États-Unis, ensayo de JeanPierre Martin que incluye una buena colección de importantes documentos religiosos que cubren desde el siglo XVII hasta la pasada década de los ochenta. Por último, un tercer libro, corto, denso y más reciente: La religion aux États-Unis, de Isabelle Richet. Los detalles sobre estos y otros libros están incluidos en la bibliografía. 69 

 

Capítulo II

 

Estados Unidos: fundamentalismo y calvinismo Después de haber echado una mirada a las principales iglesias y corrientes protestantes existentes en Estados Unidos, tal como lo hicimos en el capítulo anterior, surge una inevitable pregunta: ¿por qué en esa larga lista, en la que sí está la Iglesia luterana, no figura en cambio la Iglesia calvinista, siendo –como he dicho varias veces– el calvinismo el pensamiento más importante, difundido, influyente y poderoso dentro del rico panorama religioso de Estados Unidos?, hasta el punto de que sea perfectamente válido decir que la vida religiosa estadounidense es dominada por el calvinismo en sus diversas formas. La respuesta a esa pregunta es sencilla y tiene una clara explicación. Como los calvinistas, los luteranos, nacidos en Alemania y derivados de las predicaciones de Lutero, se extendieron al calor de la Reforma protestante a diversos países del norte y centro de Europa, en particular a buena parte de la propia Alemania y a los países escandinavos. Los calvinistas, en cambio, seguidores de las ideas religiosas de Calvino y llamados calvinistas por los luteranos pero que prefirieron autocalificarse de reformados o de cristianos reformados, nacieron en Francia, pero expulsado Calvino de esta, se impusieron en Suiza, donde el teólogo alcanzó en Ginebra la cúspide de su poder; y luego se extendieron a diversos países europeos, especialmente a Holanda, el Palatinado alemán, Inglaterra, Escocia y a la propia Francia. Sin embargo, a diferencia de los luteranos, que siguieron llamándose así en los diversos países en que se instalaron, los calvinistas recibieron nombres distintos en casi cada uno de los territorios en que echaron raíces o intentaron arraigarse. Así, los calvinistas ingleses fueron llamados puritanos; los escoceses, cuyo líder fue John Knox, se convirtieron en presbiterianos y en congregacionalistas; y los franceses fueron bautizados como hugonotes. Y para remate, en los siglos siguientes, de varias de esas primigenias formas calvinistas 70 fueron surgiendo nuevas iglesias y grupos religiosos, como fue el caso de baptistas, metodista y adventistas, y de varias de sus derivaciones. Todo ello sin contar con que el calvinismo mismo se dividió en el siglo XVII, en Holanda, entre una corriente llamada intransigente o gomarista, del nombre de Franciscus Gomarus (que se mantuvo fiel a los cinco puntos fundamentales planteados por Calvino); y otra corriente, derivada de la crítica de dos de esos puntos hecha por el teólogo holandés Jacobo Arminio, que recibió el nombre de arminiana o remonstrante. Ese conflicto fue resuelto por el Sínodo de Dordrecht, reunido en esa ciudad de Holanda en 1619, con asistencia de calvinistas de varios países europeos y en el contexto de la lucha holandesa por lograr su independencia de España. El sínodo, que aprobó los llamados Cánones de Dordrecht, ratificó por clara mayoría la validez de los cinco puntos calvinistas fundamentales defendidos por los gomaristas y expulsó del calvinismo oficial a los arminianos, aunque estos siguieron considerándose calvinistas. Pero en el caso que más me interesa ahora, el de Estados Unidos, el calvinismo, que penetra y domina todo o casi todo el pensamiento religioso protestante diversificado en ese país, y distribuido como está entre diversas corrientes, es la fuente central del fundamentalismo. 

 

El fundamentalismo 

 

Lo primero que hay que decir es que la mayor parte de las gentes de hoy cree que el fundamentalismo es solo islámico, que es una creación de los musulmanes, que solamente existe entre ellos y que sería algo inconcebible entre religiones tan modernas y civilizadas como son el cristianismo y el judaísmo. Los medios occidentales, escritos y audiovisuales, dominados justamente desde Estados Unidos e impuestos por ellos a todo el mundo, nos lo muestran así a diario, bombardeándonos con aterrorizantes noticias y con «análisis» no menos aterrorizantes e interesados que convierten en verdad indiscutible esa visión sesgada y parcial. Es cierto que las corrientes fundamentalistas, su intransigencia y sus horribles crímenes religiosos tienen hoy una enorme fuerza en el islam, pero lo que es falso es que el fundamentalismo sea exclusividad suya y que sea algo extraño al judaísmo y al cristianismo. 

 

En El libro negro de América, obra antes citada, hablando del fundamentalismo protestante estadounidense y comparándolo con 71 el islámico en el plano de las constantes referencias a Dios que se hacen en ambos casos para justificar políticas y crímenes, su autor, Peter Scowen, compara un discurso de Osama ben Laden con otro de Harry Truman. Ben Laden no es capaz de decir ni una corta frase acerca de sus logros o planes políticos sin mencionar a Alá con todos sus atributos. Truman dice que la bomba atómica la puso Dios en manos de los Estados Unidos y que estos están realizando con ella los planes del propio Dios. En este sentido no hay duda de que el discurso es el mismo. Añado por mi parte que Truman usó la bomba atómica que Dios le dio como regalo para cumplir su voluntad; no la suya sino la de Dios, aunque ambas eran la misma. Y que con las dos bombas que ordenó arrojar sobre Japón masacró más de 200.000 personas. Ben Laden, si es que fue realmente él quien organizó desde una cueva en Afganistán la voladura de las torres del World Trade Center neoyorkino, lo habría hecho por órdenes de Alá. Pero por no disponer de bombas atómicas se quedó corto, ya que la cifra de muertos en este atentado solo llegó a 3.000. Es decir que si se comparan estos dos crímenes horrendos, mucho más asesino fue Truman que Ben Laden. Scowen también hace unas cortas referencias a George W. Bush. En realidad, también pudo haber traído a colación declaraciones de corte similar de ese otro genocida y fundamentalista que fue Ronald Reagan. Y más aún, para completar las cosas, añadir declaraciones igualmente fundamentalistas de dirigentes del Estado sionista de Israel, desde Ben-Gurión, Golda Meier y Menahem Begin hasta Ariel Sharon, Lieberman y Netanyahu, incluidos entre ellos algunos importantes rabinos sionistas judíos que también aseguran que masacrar palestinos es orden de Yahveh. Pero no olvidemos que pocos autores se atreven a hacer esto último, porque ese es un tema tabú.

 

 Coincido, por supuesto, con lo que expone Scowen. Y lo que quiero demostrar con lo que añado es que aunque el concepto de fundamentalismo es moderno y nace en Estados Unidos entre fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, el fundamentalismo, aunque sin disponer todavía de ese nombre moderno, es rasgo o componente estructural de las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam, y que en cambio un fundamentalismo similar habría sido imposible en las viejas religiones politeístas que dominaron en el mundo antiguo (egipcia, mesopotámica, persa, griega, romana, india, china) por el simple hecho de que esas religiones, aunque tendían a tener un dios principal, disponían no 72 obstante de un panteón de muchos dioses y diosas (algo inconcebible en las tres religiones monoteístas, que además de fundamentalistas son también todas machistas); es decir, que esas viejas religiones adoraban varios dioses y no uno solo. Y por supuesto, siendo politeístas como eran, no pensaban que hubiese un dios único ni que los dioses de otros pueblos fuesen necesariamente falsos dioses o demonios. 

 

Los pueblos antiguos se enfrentaban a menudo en guerras. Esas guerras estaban llenas de crueldad y crímenes horribles como es usual en todas las guerras, incluidas las actuales (cuyos protagonistas colonialistas e imperialistas tratan en forma hipócrita de disimularlos). Y sus viejos imperios invadían países y masacraban pueblos, pero no lo hacían exclusivamente para imponerles su religión. Lo hacían para someterlos a su dominio, para conquistarlos, apropiarse de sus riquezas o masacrarlos y exterminarlos si ofrecían demasiada resistencia. Pero las guerras de esos imperios contra otros pueblos no se hacían para imponerles a la fuerza la religión. Claro que para sacralizar sus guerras invocaban el apoyo de sus dioses y que al vencer a otros pueblos y a sus divinidades, los suyos, como dioses victoriosos, se mostraban superiores a los de los pueblos derrotados y podían serles impuestos, pero no para forzarlos a abandonar los suyos ni para hacer desaparecer sus religiones. Los pueblos vencidos incorporaban, sí, los dioses del vencedor a su panteón politeísta, pero también los vencedores, sobre todo cuando los derrotados tenían culturas más ricas y desarrolladas que las suyas, al cabo igualmente asimilaban e incorporaban a sus panteones muchos dioses de los pueblos vencidos. Así ampliaban, diversificaban y enriquecían esos panteones. Y mientras más dioses, menos posibilidad de intolerancia; esto es, mientras más dioses, mayor imposibilidad de fundamentalismo. 

 

El mejor ejemplo de esto es el de los romanos, que construyeron el mayor imperio de la Antigüedad, un imperio que cubría todo el mundo mediterráneo europeo y africano y buena parte del Asia Menor, que sometieron a diversos pueblos y difundieron entre ellos su cultura, sus templos y sus dioses y diosas, pero que también asimilaron y adoptaron muchas deidades de esos pueblos vencidos y de sus religiones. En la Roma imperial se adoraba a Osiris y a Isis, a Cibeles, Atis, Astarté, Ishtar, Baco, Mitra y tantos otros dioses y diosas extranjeros, sin dejar por ello los romanos de adorar a los propios: Júpiter, Hera, Marte, Venus, Mercurio, 73 Vulcano y los otros dioses de su panteón, en el que además fueron incluyendo a los propios emperadores romanos, divinizados luego de su muerte. 

 

Imaginarse a los judíos, a los cristianos de cualquier pelambre o a los musulmanes de cualquiera de sus distintas corrientes o sectas haciendo lo mismo resultaría algo inconcebible porque para esas religiones solo hay un dios, el suyo, que más allá de nombres y desarrollos ulteriores de cada religión es, en su origen y en el fondo, el mismo1 . Aunque esas religiones no solo consideran a todos los otros dioses como dioses falsos o como demonios a los que hay que erradicar por cualquier medio, sino que se han masacrado también unas a otras. Así, los cristianos, derivados del judaísmo, han pasado cerca de dos milenios persiguiendo y masacrando a los judíos por no haber reconocido a Jesús como Mesías (aunque ahora ambas religiones son amigas íntimas y se enfrentan juntas al islam); y esos mismos cristianos llevan ya bastante más de un milenio guerreando contra los musulmanes mediante cruzadas, conquistas territoriales y sujeción colonial de sus países. Los musulmanes, cuya religión en general ha sido la más tolerante de las tres, y que además tratan de respetar a las que llaman religiones del Libro (judíos y cristianos), también han perseguido y masacrado cristianos, y sus grupos fundamentalistas actuales cometen todo tipo de horribles crímenes. Por su parte los judíos, instalados en su Estado sionista de Israel y dominados por la intolerancia y el sionismo más fundamentalista y racista, llevan casi un siglo dedicados a despreciar, expulsar de sus tierras y masacrar sin descanso al pueblo palestino.

 

 Y es que el fundamentalismo es rasgo constitutivo y estructural de esas tres religiones, puesto que no es más que la otra cara de su monoteísmo. De modo que toda religión monoteísta es en esencia fundamentalista o contiene el fundamentalismo como matriz, dado que ese fundamentalismo deriva del mero hecho de considerarse a sí misma y a su Dios como únicos y verdaderos y a todos los otros dioses y religiones como meros instrumentos de Satán. Eso es lo que sucede con el judaísmo, el cristianismo y el islam, religiones del Libro las tres (Biblia, Nuevo Testamento y Corán), y en varios casos también religiones de pueblos elegidos, como es el caso de Israel y de ese nuevo Israel que es el pueblo estadounidense, cuyas iglesias protestantes y evangélicas han sido la matriz del fundamentalismo protestante moderno, nacido en ese país desde fines del siglo XIX. 74 Para evitar malentendidos hay que decir de una vez por todas que eso no significa, por supuesto, que el fundamentalismo sea el único rasgo de esas religiones, o que toda su conducta como religiones a lo largo de su existencia haya estado dominada por el fundamentalismo. Este está siempre latente en ellas porque es parte de su esencia, pero para imponerse requiere contextos y situaciones favorables que lo hagan pasar a primer plano. Así, pese a lo que vemos hoy, el fundamentalismo es y ha sido más importante en el judaísmo y en el cristianismo que en el islam. Este declara respetar a las religiones del Libro, o sea al judaísmo y al cristianismo; venera a Abraham, Moisés y Elías; y considera también a Jesús como profeta. El cristianismo, en cambio, ha denigrado siempre del islam como religión, la ha considerado su principal enemiga antes de que aparecieran sus tres modernos competidores en el odio cristiano: el socialismo, el marxismo y el comunismo; y ha despreciado y descalificado siempre a Mahoma y al Corán. Y el judaísmo, que además de ser una religión racial, racista y tribal, lo que ha limitado seriamente su expansión demográfica y territorial, es la más monoteísta, intransigente y fundamentalista de las tres, pudo sin embargo vivir por muchos siglos bajo gobiernos musulmanes, que les permitían practicar con libertad su credo, aun considerando los judíos al islam como religión inferior. Y esto mientras que en otras partes, como en Europa, los cristianos encerraban a los judíos, los masacraban o los forzaban a convertirse renegando de su fe. Ese fundamentalismo, que estalla al darse condiciones favorables que lo hacen pasar a primer plano y que pueden durar décadas o siglos, ha estado activo a lo largo de la historia de las tres religiones monoteístas, desatando en ellas oleadas de abierta intolerancia, denuncias de herejía, persecuciones, cruzadas, inquisiciones, encarcelamientos, torturas, hogueras, conquistas territoriales, masacres y espantosas guerras religiosas. Esto no cuenta en el caso del judaísmo por su excepcional condición de ser religión tribal y racial que –como señalé antes– limitaba su expansión, y también por su condición de religión perseguida o, cuando más, tolerada en el mejor de los casos. En su larga historia, si se excluye el clásico período bíblico, los judíos hasta no hace mucho, hasta la creación del Estado de Israel, han sido más bien víctimas que promotores y beneficiarios de intolerancia y fundamentalismo, de expansión territorial y masacre de otros pueblos. Es ahora, con el sionismo 75 y el Estado de Israel, que tienen el poder, la fuerza militar y la víctima escogida para serlo. Pero sí ha tenido vigencia permanente en el cristianismo y en el islam, que son religiones universales, que no son raciales ni están atadas a una raza o pueblo («elegido») en particular y que por estar abiertas a todos los seres humanos a cambio solo de que estos acepten sus ideas fundamentales, se han expandido por todo el mundo y son en la actualidad las dos religiones más grandes y difundidas del planeta. Pero antes de entrar a analizar en detalle el fundamentalismo protestante estadounidense, sus manifestaciones e influencia, me resulta indispensable precisar algo que nos lleva otra vez al decisivo tema de la relación entre Estado e Iglesia, o entre religión y política, tema que tratamos al inicio. El fundamentalismo del que venimos hablando es en principio una expresión religiosa, una manifestación intransigente y sectaria de pensamiento religioso, ya se produzca en el cristianismo católico o protestante, el islam o el judaísmo.Pero si ese fundamentalismo se limitara solo al mundo de la religión su importancia no pasaría de ser limitada, aun si, como se entiende, estuviese afectando con su intolerancia sectaria a una parte determinada de la sociedad, acumulando en ella odio y violencia contenida. Lo que convierte al fundamentalismo religioso en un peligro real y en una verdadera amenaza para la sociedad en que nace, y para otras sociedades distintas a ella, es que no se limita a permanecer en el campo de lo meramente religioso sino que para lograr imponerse necesita forzosamente convertirse en político, es decir, tener o adquirir poder político –o incluso ser, desde su nacimiento mismo, parte esencial del Estado que gobierna la sociedad en la que nace, el cual sería entonces en ese caso un Estado religioso, Estado dependiente de la Iglesia o de la religión que ha dado nacimiento y forma concreta a ese fundamentalismo religioso. Eso es lo que pasa hoy con el fundamentalismo religioso en las sociedades del islam actual. Salvo excepción limitada, se trata de sociedades en las que nunca se separó ni siquiera parcialmente el Estado de la Iglesia o la religión de la política. El islam, ya sea sunnita o chiita, es en los países islámicos religión de Estado. En ellos no se tolera disidencia religiosa alguna y aún menos cualquier forma de laicismo. Como hemos visto, el islam, como religión monoteísta estricta que es, contiene en forma potencial el fundamentalismo e incluso este puede expresarse como forma sagrada de la yihad. Pero en verdad, en el mundo islámico el fundamentalismo 76 ha surgido, sobre todo, desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, en que ha adquirido sus formas más violentas y brutales, como respuesta al fracaso de sus sociedades, producto del saqueo colonial e imperialista que les impusieran y que incluso mantienen sobre ellos Europa y Estados Unidos; ha surgido como la busca de un renacer religioso que intenta, por un camino más que discutible como es ese, recuperar la identidad de pueblos humillados y saqueados por el Occidente cristiano, colonialista, imperialista, racista y rico. Resulta notorio el caso de Arabia Saudita, país feudal y autoritario en que el wahabismo sunnita es religión de Estado y sirve para que esa reaccionaria monarquía árabe promueva, financie y arme en todo el mundo musulmán a organizaciones político-religiosas fundamentalistas cada vez más criminales. En otros casos y países musulmanes se trata de estados en crisis o en franca descomposición, de sociedades desesperadas que viven invasiones estadounidenses o europeas que las destruyen para saquearlas, y en las que corrientes fundamentalistas armadas y virulentas que apelan a lo único que está a su alcance, el terrorismo, cuentan con fuerza militar propia o con apoyo de sectores de esos estados en descomposición; y hasta con capacidad de reclutamiento en Europa de jóvenes musulmanes, europeos de segunda o tercera generación, a los que el racismo europeo humilla a diario negándoles posibilidades de integrarse como ciudadanos a los países en que viven y a ejercer en ellos los derechos que les corresponden. Es lo que pasa también con el fundamentalismo judío actual en el Estado sionista de Israel. Pese a todo su disfraz de modernidad occidental y a su sesgada y bien promocionada democracia, el Estado israelí se declara judío, es decir, Estado religioso, del mismo modo que Arabia Saudita se declara wahabita o Irán chiita. En Israel, que ocupa la tierra palestina, además del apoyo estadounidense y europeo que lo sostiene y financia; además del colonialismo y racismo de siempre, propio de una religión que se considera superior a todas y de un pueblo que se considera elegido por Dios y que con el respaldo de Este puede masacrar a otros pueblos Biblia en mano, en ese Israel domina cada vez más el fundamentalismo religioso que es a un tiempo político y militar porque se apoya en el Estado y en el ejército para explotar y despreciar a diario al pueblo palestino, y para masacrarlo a voluntad cada vez que se rebela contra la explotación que sufre y cada vez que se resiste contra la expulsión implacable de su tierra, o contra 77 el proceso de exterminio programado que el sionismo fundamentalista y racista israelita viene llevando a cabo contra él desde hace ya por lo menos siete décadas. Todo ante la mirada indiferente del poder mundial que tiene como líder a Estados Unidos, otro Pueblo Elegido por el mismo Dios, y que tiene como cómplices serviles a los países europeos. Ese fundamentalismo todavía sin nombre y esa intolerancia ciega del cristianismo medieval y renacentista dominaron por largos siglos en Europa. El cristianismo latino, católico y papista había ido imponiendo su dominio absoluto por todo el Viejo Continente, salvo su parte oriental, dominada por el cristianismo griego llamado ortodoxo. Durante todos esos siglos el dominio del catolicismo fue no solo religioso sino también político, y los Estados europeos eran todos Estados religiosos sometidos en lo esencial al dominio de la Iglesia cristiana. No había el menor espacio para la disidencia religiosa. Y para evitarla y mantener su control sobre la vida de las gentes, el cristianismo se sirvió de los Estados que le estaban sometidos. El todavía innominado fundamentalismo católico se impuso por doquier ayudado por el Estado, las órdenes religiosas y las universidades (que fueron además creación de la Europa medieval), y por las más variadas formas de intolerancia, tanto interna como externa: condenas por disidencia o herejía, creación de la Inquisición, torturas justificadas por la Iglesia, quema de herejes, cruzadas no solo contra musulmanes y judíos del mundo árabe y del llamado Cercano Oriente sino contra otras manifestaciones cristianas europeas consideradas por el poderoso y arrogante papado romano como maniqueas o heterodoxas, caso de cátaros o de husitas. En el siglo XVI, españoles y portugueses dan inicio a gran escala al colonialismo europeo con la conquista de América, la masacre y cristianización forzosa de las poblaciones indígenas americanas y la destrucción de sus culturas. El cristianismo papal, en crisis desde los últimos siglos medievales, se divide en ese siglo entre católicos y protestantes, cada grupo con el apoyo de aquellos Estados que se identifican con sus ideas; y la intolerancia fundamentalista de cada corriente da origen a terribles guerras de religión que ensangrientan toda Europa y que se prolongan hasta el siglo XVII. El proceso de separación de Iglesia y Estado y de cese de la intolerancia capaz de limitar esa violencia ni siquiera se inicia todavía. Los Estados siguen siendo Estados religiosos y 78 las religiones dominantes en ellos, religiones de Estado. Estados e iglesias dominantes, católicas o protestantes, desatan horribles cazas de supuestas brujas que queman o ahorcan a muchos miles de mujeres, persiguen con saña toda disidencia y atacan u obligan a emigrar a cualquier nueva corriente religiosa que exija libertad para existir. En los siglos XVIII y XIX las revoluciones europeas producen al fin enormes cambios que las contrarrevoluciones que las siguen se encargan de desmontar en su mayor parte. Las colonizaciones continúan, dirigidas ahora a Asia y África; y mientras la intolerancia cristiana se empaña ahora de racismo, misioneros cristianos van imponiendo sus religiones a los nuevos pueblos colonizados. Empero, la tolerancia religiosa se va abriendo camino lentamente y la sólida y estrecha relación de Estado e Iglesia empieza poco a poco a resquebrajarse. El poder de las iglesias cristianas, católicas o protestantes, también se debilita y el pensamiento científico se va abriendo camino. Pero no es sino en las décadas finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX que varios importantes países europeos logran, con gran esfuerzo y pobres resultados, una incompleta separación de Iglesia y Estado, que al menos se acompaña de una franca tolerancia política y religiosa que reduce en algo la hegemonía de la Iglesia dominante, católica o protestante, mientras garantiza la plena libertad de cultos. Con ello se logra lo principal: que la amenaza del fundamentalismo cristiano se reduzca en lo esencial al solo campo religioso y que cualquier poder inquisitorial de la Iglesia quede al fin excluido. Es en un contexto societario moderno como este que va cobrando forma y que se constituye, como una fuerza definida, el fundamentalismo estadounidense. En los Estados Unidos de fines del siglo XIX y comienzos del XX existen y actúan, con plena libertad, centenares de religiones, casi todas protestantes, y la aparición de nuevos grupos religiosos en medio de awakenings y revivals es cosa muy frecuente, casi cotidiana. En esa sociedad, el Estado, aunque cristiano protestante, no está atado a ninguna iglesia particular ni depende de ella, mientras permite en cambio que todas gocen de absoluta libertad. En esa sociedad, en la que las elitescas estructuras republicanas originarias han ido cobrando poco a poco perfiles algo más democráticos, no hay posibilidad de que una Iglesia en particular o una determinada corriente fundamentalista se haga dueña del poder imponiendo por la fuerza a la 79 sociedad su credo sectario y sus principios. De allí deriva que por más fuerte que sea el fundamentalismo estadounidense, que nace y crece en una sociedad caracterizada por rasgos semejantes, aunque también busque adquirir influencia y poder político, no pueda, como sí podían los viejos fundamentalismos cristianos del pasado europeo, imponerse por la violencia y con el apoyo del Estado, sino que tenga como único camino para crecer y ganar adeptos el de aprovechar los recursos socioeconómicos, políticos, culturales y mediáticos que esa misma sociedad pone a su alcance. El fundamentalismo estadounidense2 El contexto socioeconómico y cultural en el que aparece y cobra nombre propio el fundamentalismo estadounidense es el propio de finales del siglo XIX en los países capitalistas más desarrollados, como Inglaterra, Francia y Alemania, que se disputan con fuerza el liderazgo europeo, pero sin llegar todavía a abiertas explosiones de violencia. La guerra franco-prusiana había sido una excepción. Estados Unidos recibe influencia cultural y científica de esa Europa capitalista desarrollada, y vive procesos conflictivos comparables a los que están viviendo los países y pueblos europeos. Conviene, a este respecto, no olvidar que la economía, la política, la ciencia y la cultura europeas, protagonizadas por sus países más cultos, ricos y desarrollados, es la que entonces domina el mundo, mientras Estados Unidos, cuyo crecimiento y modernización aumentan a ritmo acelerado saliendo fortalecido de cada crisis de su capitalismo salvaje y ascendente, espera por su turno para desplazar a Europa y asumir ese dominio, para lo cual tendrá que esperar hasta el final de la Gran Guerra europea o Primera Guerra Mundial. Estados Unidos recibe, pues, esa múltiple influencia, pero la filtra a través de sus rasgos peculiares propios: los de un país en creciente auge económico y demográfico; un país dominado por la religión en sus más diversas formas, iglesias y renovaciones; un país en que aumenta el flujo de inmigrantes que ya no proceden todos como antes de países protestantes del norte de Europa; un país, en fin, en que el inevitable reconocimiento de la inmensa fuerza de la ciencia no solo como fuente de progreso e infinito desarrollo, sino como competidora ventajosa de la religión conduce –como pasa en Europa, pero con resultados más amplios e intensos– a enfrentamientos ideológicos entre los grupos progresistas laicos o religiosos y las iglesias y corrientes religiosas más 80 tradicionales y conservadoras, aferradas a la Biblia y a la defensa literal y estricta de su texto. La religión es de nuevo lo que en Estados Unidos domina el cuadro, porque por más desarrollado que sea ya el país para esos fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX (y esto me parece que es rasgo permanente y hasta ahora escasamente modificable suyo a todo lo largo de su historia) es a través de ella, de la religión, y de sus más diversas corrientes, sectas o iglesias, que se expresan no solo los conflictos propiamente religiosos sino también los conflictos sociales, culturales y hasta económicos que, asumiendo por lo general formas religiosas o vinculándose de alguna manera a ellas, afectan y movilizan a la población, tanto a la más tradicional y atrasada, que es la inmensa y aborregada mayoría del país, sujeta a una dependencia religiosa que ella misma elige, como a las propias élites, incluidas, salvo excepción, las más radicales, las no creyentes, que son siempre una estrecha y selecta minoría, brillante a veces, pero incapaz de conectarse en forma orgánica con la mayoría atrasada y profundamente religiosa de ese pueblo. Así, el conflicto entre religión y ciencia que sacude a Europa, pero que tiene en ella límites definidos entre religiosos y laicos con creciente aunque lenta ventaja para estos, en Estados Unidos resulta envuelto en todos sus planos y componentes por la religión, y los principales espacios para discutir sobre ellos en el extenso país norteamericano son las iglesias y universidades religiosas. Las críticas que algunos le hacen a la ciencia por su creciente poder destructivo –y Estados Unidos lo ha comprobado poco antes en su terrible y devastadora Guerra de Secesión– se traduce en lecturas milenaristas y apocalípticas, porque los grupos religiosos que actúan en el país empiezan a ver esa seria amenaza destructiva hecha posible por la ciencia y la técnica a una escala mayor que nunca, y como infalible anuncio divino de un catastrófico y cercano fin del mundo asociado al milenio final de que hablan la Biblia y la tradición cristianas. Y en cuanto a lo que domina en ese siglo XIX, caracterizado por el peso creciente del pensamiento racional y científico que se traduce en confianza en la ciencia y en el progreso humano, ese pensamiento debe enfrentarse a la religión, y más concretamente al sacralizado texto de la Biblia. Esa aceptación de lo planteado por la ciencia y su obra crítica cobra especial relieve en lo tocante a la crítica histórica y antropológica, la cual ha venido cuestionan- 81 do verdades y fechas consagradas y repetidas por siglos. Esto hace inevitable el conflicto frontal con la Biblia, católica o protestante, porque es ella la fuente sacralizada de esas supuestas verdades irrefutables. Las afirmaciones bíblicas sobre esos y otros temas carecen de base, son míticas o incluso absurdas, impuestas desde siglos por la Iglesia cristiana como verdades indiscutibles e incontestables, porque la Biblia es para católicos y protestantes la absoluta verdad de Dios. Los temas principales y más sensibles de ese enfrentamiento son, entre otros, lo tocante a la edad de la Tierra, a su origen planetario, al origen de las especies y en particular al del hombre, tal como se expone en la teoría de la evolución de Darwin. En esencia el debate va a ser el mismo en Europa y en Estados Unidos, pero hay importantes diferencias entre ambos, porque en Europa es sobre todo un debate que se produce entre ciencia y religión, entre científicos de universidades e institutos laicos y religiosos de iglesias e institutos religiosos, y sus protagonistas son en lo esencial laicos y científicos, por un lado, y sacerdotes y dirigentes religiosos por el otro. En Estados Unidos, en cambio, el debate se convierte en puramente religioso y es llevado a cabo dentro del terreno propiamente de la religión, porque sus protagonistas son líderes religiosos de diversas iglesias y los centros principales y casi únicos de discusión son universidades dominadas por iglesias o fundadas y dirigidas por esos líderes religiosos. El fundamentalismo protestante surge del intenso debate teológico que tiene lugar en Estados Unidos desde esas décadas finales del siglo XIX hasta el inicio de la tercera década del siglo XX, debate que tiene por contendientes a las dos corrientes en que se ha ido dividiendo el protestantismo estadounidense frente a la crítica científica de la Biblia, que se ha convertido en un problema grave para el dogmatismo religioso; problema que es ya imposible de eludir. La primera de esas corrientes reúne a teólogos de diversas iglesias, los cuales aceptan varias de esas críticas y proponen un debate sereno sobre la relación entre Biblia y ciencia, esto es, entre las fundadas afirmaciones que acerca de sus errores ha venido difundiendo la ciencia moderna y la verdad intrínseca que ellos le atribuyen a la Biblia como obra inspirada por Dios. Esa corriente la forman los llamados protestantes progresistas, teólogos moderados que quieren sostener la fe en la Biblia como base de sus religiones e iglesias, pero mediante una suerte de modernización crítica de la misma, capaz de conciliarla con la ciencia 82 aunque mostrando incluso las inconsistencias de esta última y la factibilidad de explicar la Biblia de manera científica, garantizando así la conservación de su vigencia y de su valor religioso, que de cualquier forma es indispensable para ellos. La otra corriente, representada sobre todo por sectores de las iglesias calvinistas más rigurosas y dadas al estudio de la Biblia, como son la mayor parte de los presbiterianos y de los baptistas, se niega en forma rotunda a aceptar ese debate, descalifica a sus adversarios como cómplices de la conspiración movida por una ciencia sospechosa de ser agnóstica o atea contra el sagrado texto bíblico y defienden de la manera más intransigente la inerrancia e infalibilidad de su Biblia que, como obra de Dios, sagrada e inspirada por Él, al ser verdad divina y fuente de todo saber humano, no puede contener errores ni falsedades de ninguna clase. Estos últimos son los intransigentes, los dogmáticos cerrados, que se calificarían pronto ellos mismos de fundamentalistas. El debate transcurre a lo largo de varias tensas décadas y no pretendo ahora analizarlo en todos sus detalles. Me bastará con señalar algunos hitos, personajes y claves del mismo. Y para el examen de los hechos me baso sobre todo en el minucioso estudio de ese proceso que hace Karen Armstrong en su citado libro, aunque también me sirvo de otras fuentes e informaciones disponibles en Internet y, como suelo hacer, acompaño ese examen de muchas reflexiones propias. Entre los grupos progresistas que defendían el carácter científico del texto bíblico debe señalarse al presbiteriano Arthur Tappan Pierson y sobre todo al Seminario de la Nueva Luz Presbiteriana de la Universidad de Princeton. Este quiso fundir una lectura científica de la Biblia con la defensa extrema de su carácter sagrado e infalible, algo imposible porque era un simple disparate. Allí destacaron dos teólogos, sucesivos profesores de la Cátedra de Teología, Charles Hodge y su hijo Archibald. Ambos dictaron seminarios y escribieron textos para excluir toda lectura simbólica o alegórica del texto bíblico, a fin de hacer del mismo un texto directo, inspirado e infalible en todas y cada una de sus palabras, lo que solo podía generar una gran confusión y llevarlos directamente al fundamentalimo. Algo que sí aportó Charles Hodge al debate fue poner sobre el tapete una lectura crítica de El origen de las especies de Darwin, lo que cobraría protagonismo ideológico en los posteriores años veinte, época de auge del fundamentalismo. 83 De modo que los dos Hodge parecen, en mi opinión, haber sido fundamentalistas sin proponérselo. Otros teólogos progresistas, como Henry Ward Beecher, fueron más liberales y llegaron a defender la crítica de la Biblia y la teoría de la evolución de Darwin. Otros del mismo corte plantearon que no había contradicción alguna entre ciencia y fe religiosa. Pero esto a lo único que contribuyó fue a darle fuerza y razones a los fundamentalistas, que se sentían agredidos por esas críticas que afectaban la sacralidad de la Biblia y que, a fin de cuentas, con sus posiciones intransigentes en este terreno, opuestas a todo compromiso con la modernidad, resultaban más coherentes que las de sus confusos adversarios; y por supuesto pronto terminaron imponiéndose. Se han señalado y destacado muchos antecedentes directos del fundamentalismo, pero creo que el más cercano y preciso de ellos tiene que ver con Dwight Moody, teólogo revivalista que tempranamente, en 1886, había fundado en Chicago el Instituto Bíblico Moody. Ese instituto se opuso en forma frontal a toda crítica bíblica y se convirtió pronto en una referencia para el fundamentalismo que estaba en tren de definirse. Pero en las décadas siguientes se crearon otras instituciones de igual corte fundamentalista. William Bell Riley creó la Escuela Bíblica del Noroeste en 1902, y años más tarde aparecen dos personajes que pronto tendrán incidencia directa en la denominación del fundamentalismo y en su primer intento de difusión masiva. Se trata de los hermanos Lyman y Milton Stewart. Ambos eran magnates petroleros, enriquecidos en las décadas anteriores, muy religiosos los dos, y convertidos en su madurez en filántropos. En 1908, Lyman Steward, Milton y un ministro presbiteriano llamado Thomas C. Horton fundan el Instituto Bíblico de Los Ángeles, mejor conocido como Biola University, que va a ser uno de los principales centros de difusión del fundamentalismo. Y también en esos años finiseculares juega un papel importante en ello la Niagara Bible Conference. Sin embargo, son los presbiterianos de Princeton, conservadores furibundos, los que toman la delantera. Enfrentados a discursos liberales que consideran amenazantes, como el del profesor Charles Eliot, de la Universidad de Harvard, proclaman y publican en 1910 una lista de cinco puntos esenciales de lo que más tarde va a ser llamado fundamentalismo. Esos puntos son: 84 I. La infalibilidad de la Biblia y de las Sagradas Escrituras. II. La Inmaculada Concepción de María. III. La muerte de Jesús en la cruz como sacrificio redentor de toda la humanidad. IV. La Resurrección de Jesús como hecho indiscutible. V. La realidad indiscutible de sus milagros. Estos dos últimos fueron modificados con posterioridad. El cuarto se amplió a menudo como Resurrección de la Carne, y el quinto se convirtió en la declaración premilenarista de que Jesucristo pronto volvería para restablecer en la Tierra el Reino milenario que precede al Juicio Final. Lo que viene a continuación es el lanzamiento público y masivo del fundamentalismo. Esto va a ser la obra de los hermanos Stewart, quienes financian de 1910 a 1915 la edición de enormes tirajes de doce libros titulados The Fundamentals. A Testimony of the Truth (Los fundamentales. Un testimonio de la verdad), que muy pronto fueron conocidos como The Fundamentals. Esos libros contenían noventa ensayos, todos basados en los cinco puntos proclamados y difundidos como sagrados y fundamentales por los presbiterianos de Princeton. Los ensayos eran obra de sesenta y cuatro calificados autores, todos ellos teólogos fundamentalistas, o por lo menos conservadores. En esos diversos ensayos se defendían las creencias más ortodoxas del protestantismo riguroso y se criticaba y condenaba todo lo que se saliera, así fuese en algo, de ellas. En consecuencia, sus víctimas eran básicamente la crítica religiosa, el modernismo que era su fuente, la teología liberal, el catolicismo romano-papista, el evolucionismo, el ateísmo y el cientificismo cristiano. Se hizo una masiva edición de bolsillo para facilitar su difusión y su lectura. Por eso los libros eran gratuitos y la edición de cada uno de los doce tomos alcanzó los tres millones de ejemplares. Esos libros (hoy se consiguen en Internet en una edición de cuatro tomos que contiene los doce originales) se enviaron en esos años (1910-1915) a todos los pastores y ministros religiosos y también a las universidades controladas por las diversas iglesias a fin de que los leyeran no solo los pastores, sino los profesores y estudiantes de teología a todo lo largo y ancho del país. De modo que, desde su origen, la masiva difusión del fundamentalismo fue producto de una estrecha asociación entre Iglesia espiritual y riqueza 85 material, esto último a gran escala por tratarse de una alianza de teólogos y estudiosos de la teología protestante más rigurosa con empresarios multimillonarios capaces de financiar ese proyecto de difusión masiva de las ideas religiosas con las que ellos simpatizaban. De otra forma las ideas del fundamentalismo habrían tenido que seguir el largo y dificultoso camino de una propagación muy lenta, basada en humildes movilizaciones de profetas carentes de recursos, como se suponía que había sido el camino seguido por el cristianismo y sus apóstoles en sus primeros tiempos. No obstante ese esfuerzo millonario, la verdadera difusión masiva del fundamentalismo y su rápido crecimiento como ideología dominante del pensamiento más conservador va a producirse algo más tarde, después de la Primera Guerra Mundial y ya en los comienzos de la tercera década de ese mismo siglo XX. En efecto, por su duración y extensión, por su espantosa mortandad, sus monstruosos escenarios de horror y de muerte, y también por sus resultados, que desmontaron en casi toda Europa el viejo y consolidado mundo conservador de preguerra –disolviendo grandes imperios, derribando monarquías, creando nuevas repúblicas y provocando revoluciones socialistas o comunistas como la alemana y la rusa–, la Gran Guerra europea había ido cobrando en esos años indudables ribetes apocalípticos y milenaristas no solo para los fundamentalistas estadounidenses sino para todos los protestantes, incluidos entre ellos los conservadores que hasta entonces no se habían decidido por el fundamentalismo. El fundamentalismo cobró de esta forma nuevas fuerzas y el premilenarismo, esto es, la idea de que el fin del mundo estaba cerca y Cristo vendría a imponer pronto su Reino milenario, empezó a ser vista por muchas de esas corrientes como algo inminente para lo que había que prepararse. Al fundamentalismo se fueron sumando así, en esos primeros años veinte, nuevas iglesias, como los adventistas del Séptimo Día, los metodistas y los episcopalianos; y hasta los mormones y los pentecostales. También ayudó mucho a los fundamentalistas el panorama estadounidense de posguerra. En primer término, porque la opinión mayoritaria en Estados Unidos, conservadora y derechista como siempre, era que no quería ser tocada ni afectada por ese terrible cuadro de violencia, de cambios sociales y de revoluciones en el que los fantasmas más amenazantes eran el terrorismo y el bolchevismo. De ahí que se acentuara el conservatismo, se resaltara el 86 excepcionalismo estadounidense y se buscara aislar al país de los peligros revolucionarios y modernizadores que estaban estallando en la Europa de posguerra. De ahí que también se desatara internamente una feroz epidemia de xenofobia, de racismo y de miedo, el llamado Gran Espantajo Rojo, dirigido contra los extranjeros, contra los trabajadores y contra esos terribles peligros invasores que eran el comunismo, el terrorismo y el anarquismo. En segundo término, porque los fundamentalistas sacaron mucho provecho de ese cuadro, caracterizado por un sordo conflicto entre ideas como la intransigencia puritana, la Ley Seca, el excepcionalismo que se había atribuido desde siempre al país y el aislacionismo, cercanas todas al fundamentalismo y apoyadas por la población más atrasada y tradicional, la población rural o de pequeñas ciudades que seguía siendo la mayoría, y la rebelión urbana que se manifestaba entre la población, sobre todo joven y femenina de las grandes ciudades, las más desarrolladas, más modernas, que estaban en mejores condiciones para liberarse de viejas y tradicionales ataduras sociales y religiosas pero que, a fin de cuentas, no dejaba de ser minoritaria. Para mediados de los años veinte el fundamentalismo había triunfado en esa lucha, había encontrado ya su propio nombre, fundamentalismo, que fue popularizado desde 1922 por el pastor baptista Curtis Lee Laws, quien incluso había dado una definición exacta del mismo3 ; contaba con un gran apoyo sobre todo en el Sur y en el Medio Oeste; y hasta había encontrado un prestigioso y combativo líder, William Jennings Bryan, que había sido tres veces candidato presidencial, fue secretario de Estado durante el gobierno de Woodrow Wilson y tenía una apreciable audiencia, porque salvo por su intransigente fundamentalismo bíblico, en todo lo demás se mostraba como un hombre bastante abierto y flexible en términos políticos y sociales. El Proceso del Mono El fundamentalismo, que se encuentra en su apogeo, igual por cierto que el Ku Klux Klan en su segunda versión, que también se halla en su cénit en esos años, recibe en forma sorpresiva en el verano de 1925 un golpe serio, terrible, que logra apagar su ímpetu y debilitar su crecimiento al menos por varias décadas: se trata del famoso Caso Scopes, mejor conocido como el Proceso del Mono. En los años anteriores a 1925 los fundamentalistas, justamente por obra de Bryan, que por su dogmatismo bíblico era enemigo rotun- 87 do de la teoría de la evolución de Darwin, habían incorporado, de hecho, un nuevo punto esencial a los cinco puntos fundantes: el rechazo frontal de esa teoría, considerada por ellos como la más peligrosa amenaza modernista contra sus principios fundamentales. Y no solo habían llevado el rechazo de la teoría de Darwin al primer plano religioso sino que, aprovechando el apoyo político que habían venido buscando y obteniendo, sobre todo en el Sur y el Medio Oeste, del Partido Republicano y de diversas autoridades locales tanto políticas como religiosas, siempre unidas, habían conseguido que en varios estados de estas dos regiones, esas autoridades prohibieran no solo la enseñanza, sino la mera mención de esa teoría en las escuelas y liceos bajo su jurisdicción. De modo que enseñar la teoría de la evolución se había convertido en anatema y hacerlo en esos estados quedaba prohibido, siendo sancionada esa violación de la ley con severas penas de multa y hasta de cárcel. El llamado Caso Scopes o Proceso del Mono tiene lugar en la pequeña ciudad de Dayton, en el estado sudista de Tennessee, en julio de 1925, pero no es más que la sorpresiva explosión de un proceso acumulativo que se ha venido llevando a cabo en años anteriores en varios estados del Sur y en el que Bryan ha desempeñado papel protagónico. Aunque encontrando resistencia y rechazo en todos los casos, los fundamentalistas, con su terca insistencia y aprovechando coyunturas favorables, consiguen aprobar la prohibición de enseñar la teoría de Darwin en los estados de Florida y Oklahoma en 1923; y en 1924, en California y Carolina del Sur. En Tennessee se logra, después de varios ensayos frustrados, en 1925, por obra de Bryan y de John Washington Butler, legislador estatal. La llamada Ley Butler o Butler Act dice así: Es ilegal en todo establecimiento educativo del estado de Tennessee la enseñanza de cualquier teoría que niegue la historia de la divina creación del hombre tal como está explicada en la Biblia y reemplazarla por la enseñanza de que el hombre desciende de un orden de animales inferiores. Esta es la ley que la ACLU (American Civil Liberties Union), creada en 1920, una organización realmente democrática y abierta de defensa de los derechos humanos y de las libertades ciudadanas, se propone combatir y de ser posible hacer derogar. Promovido por la ACLU, se elabora un hábil plan para enfrentar la ley, lo cual supone encontrar un profesor de secundaria 88 que sea capaz de atreverse a exponer en clase a sus alumnos la prohibida teoría de la evolución, ofreciéndole correr con todos los gastos que cause esa violación de la ley. La ACLU convence a dos personajes influyentes y progresistas del estado, un comerciante y un farmacéutico, para que consigan al profesor que se necesita. Ambos conocen a John Thomas Scopes, que es un joven profesor de física, de veinticuatro años de edad, que es entrenador de football de los alumnos del liceo de Dayton y que está supliendo a un profesor de Biología, lo que le facilitaría hablar del tema prohibido en una de sus clases. Lo convocan, se reúnen con él, y Scopes, que es hijo de un militante socialista, acepta a cambio de que la ACLU pague la multa que sin duda le será impuesta y que le consigan un buen abogado defensor, porque también es seguro que habrá un proceso judicial y que él será juzgado. Scopes cumplió su promesa. A principios de mayo de 1925 expuso en clase la teoría de la evolución. Cuando se supo lo que había hecho, la reacción de las autoridades y de la mayor parte de la población no se hizo esperar. Las autoridades decidieron someterlo de inmediato a juicio, quedando fijada la fecha de este para el siguiente mes de agosto, y la mayoría del pueblo, conservador, temeroso, dominado por diversos grupos religiosos beligerantes y con mucha gente cercana al fundamentalismo, se mostró escandalizada y condenó la conducta del joven profesor. Mientras la ACLU se dedicaba a buscarle un buen abogado defensor, la Asociación Mundial de Cristianos Fundamentalistas, dirigida por William Bell Riley, dispuesta a cortar en seco esta provocación, le pidió al propio William Jennings Bryan que asumiera en el juicio el papel de fiscal acusador. Bryan aceptó encantado y la ACLU se vio forzada a encontrar un abogado defensor capaz de enfrentar a un rival de la talla de Bryan. El escogido fue Clarence Darrow, abogado brillante, decidido y famoso, culto, liberal, prácticamente ateo y defensor de la teoría de la evolución. Darrow, que ya se había enfrentado antes a Bryan, aceptó complacido, y así lo que en un principio no era sino un juicio local en un pequeño y casi insignificante pueblo del Sur, se convirtió de pronto en un acontecimiento de alcance nacional en el que se preveía un duelo de titanes capaz de interesar al país y de atraer a periodistas y a gentes de todo Estados Unidos. La prensa, que ya contaba en esos años con recursos y medios modernos y con facilidades para difundir con rapidez sus informaciones, asumió el protagonismo informativo en el proce- 89 so. Gentes de todos los estados se desplazaron hacia Dayton, que debió muy contento prepararse a toda prisa para acoger a tantos y tan variados visitantes; y todo el país quedó pendiente de lo que iba a suceder en ese interesante e inesperado juicio. El juicio no prometía ofrecer sorpresa alguna. Todo en él estaba preparado para que triunfaran el fundamentalismo y la Ley Butler y se condenara la teoría darwinista. Y ello era ahora más seguro, pues se contaba nada menos que con la presencia de un fiscal como Bryan, veterano político, brillante polemista y orador y sobre todo, conocedor a fondo de la Biblia. El jurado elegido era todo fundamentalista o muy conservador, y el propio juez se inclinaba en forma abierta a coincidir con él y con las acusaciones de la Fiscalía. De modo que Darrow, no obstante su reconocida habilitad como litigante, tenía escasas posibilidades de salir vencedor del parcializado encuentro. Debía, en todo caso, contar con los testigos favorables y con las autoridades científicas que tenía previsto invitar para que sus opiniones fueran escuchadas. Y podía contar también con que el público que asistía a las sesiones estaba dividido, pues aunque la clara mayoría de los asistentes era conservadora o fundamentalista, o en todo caso veneradora fiel del texto bíblico, también había entre los asistentes una cierta representación de partidarios de la crítica bíblica y del derecho de los seguidores de Darwin a exponer y defender su teoría, sin olvidar que se contaba con una presencia importante de periodistas y de visitantes de otros estados, que apoyaban esta última posición o que simplemente eran curiosos atentos, dispuestos a dejarse convencer por las más claras exposiciones y los mejores argumentos. Las escasas posibilidades de Darrow disminuyen al ver que el juez rechaza a todos los científicos que ha invitado y que sus testigos, acosados por Bryan, no resultan muy efectivos. El juicio está perdido y la cara de Scopes es la mejor indicación de ello. Pero entonces el hábil Darrow, no encontrando ningún apoyo para su defensa del darwinismo, intenta una insólita jugada para voltear la situación: le pide a Bryan, que es el fiscal, que suba al estrado de los testigos para interrogarlo sobre la Biblia en su calidad de experto en ella, y el engreído Bryan, seguro de sí mismo y de su saber bíblico, acepta el reto y sube al estrado de los testigos para que Darrow lo interrogue. Y a partir de aquí, con mucha paciencia y gran habilidad, Darrow, mostrando de paso un sólido e inesperado saber bíblico, lo hace caer en contradicciones, lo va aplastando 90 poco a poco, y lo pone en ridículo al interrogarlo sobre la certeza e infalibilidad del texto bíblico. Esta es la parte más interesante del famoso juicio, cuyo texto completo está disponible en Internet. Me limito solo a mostrar lo principal. En medio de una tensión creciente, de ásperas disputas entre los abogados asesores de la defensa y de la Fiscalía, de miedos de los impotentes fundamentalistas que ven que el techo les está cayendo encima y de sucesivos estallidos de risas del público, Darrow va interrogando a Bryan sobre distintos temas y puntos de la Biblia, mostrando uno tras otro sus disparates y derrumbando su inerrancia y su supuesta infalibilidad: la fecha de creación del mundo, la duración de los siete días de esa creación, las esposas de Caín y Abel, el Diluvio Universal y los peces, Josué que hace pararse al sol, Jonás tragado por la ballena y varios otros. Darrow empieza por preguntarle a Bryan por la forma de leer y entender la Biblia, y una vez que este defiende la lectura literal porque todo lo que la Biblia dice es exacto, le pregunta si cree que Jonás fue tragado por una ballena y que luego de vivir tres días en el vientre de esta, el animal lo vomitó sano y salvo. Bryan dice que sí, que lo cree y que eso es exacto porque la Biblia así lo dice. Darrow le pregunta entonces qué haría si la Biblia hubiese dicho lo contrario: que fue Jonás quien se tragó la ballena, ¿lo creería? «Sí –le responde Bryan–, si la Biblia lo dijera, yo lo creería». No hay duda, eso se llama lectura literal. Luego Darrow le pregunta ahora si cree lo que dice también la Biblia, que para ganar una batalla Josué hizo que el sol se detuviera hasta que él la hubiera ganado. Por supuesto, Bryan así lo cree y se lo dice. Darrow le pregunta entonces si él cree que el sol gira en torno a la Tierra como afirma la Biblia, pues solo así Josué habría podido intentar detenerlo; y Bryan, acorralado, al responderle que es al revés, que es la Tierra la que gira en torno al sol, se ve forzado a hablar ahora de interpretación del texto bíblico y no de lectura literal. Aquí empieza el derrumbe de Bryan, que tercamente insiste en continuar en el estrado de los testigos y seguir soportando el interrogatorio. Darrow le pregunta por la fecha del diluvio. Bryan dice que no la sabe. Darrow le señala que los fundamentalistas han fijado esa fecha, lo mismo que la de la creación del mundo. Esta última, la de la creación del mundo, habría tenido lugar en el año 4004 antes de Cristo y el día exacto de la creación habría sido el 23 de octubre de ese año. Al preguntarle Darrow si cree que esa es la 91 fecha y que el mundo solo tiene menos de seis mil años, Bryan, que sabe que eso carece de base, responde que no se atreve a afirmarlo. Entonces Darrow le pregunta: –Pero dígame, acerca de eso, ¿qué piensa usted? Y Bryan responde: –Yo no pienso en las cosas en que no pienso. Y Darrow le dice: –¡Ah!, ¿piensa usted entonces en las cosas en que sí piensa? –Bueno, de vez en cuando. La respuesta de Bryan no puede menos que hacer que el público estalle en risotadas. Y esto no es todo, porque el implacable Darrow lo sigue acorralando. Entrando en el tema de la creación del mundo, le pregunta: –Si una vez creados Adán y Eva y solo existiendo ellos y sus dos hijos, Caín y Abel, es decir, siendo Eva la única mujer que había en el mundo, ¿dónde consiguió Caín una esposa? Bryan no puede responder porque la única respuesta posible era decir que el hijo mayor de Adán se había acostado con su madre, pues a Caín la Biblia le atribuye descendencia. O atribuirle a Adán y Eva haber tenido una desconocida hija hembra, acerca de la cual la Biblia nada dice. Y de todas formas, ya fuese con la madre o con la hermana, el incesto resultaba inevitable. Darrow, que no desea alborotar demasiado las cosas, entiende y respeta ese silencio, cambia de tema y sigue: –¿Se creó el mundo en siete días? Bryan responde que sí, que él así lo cree. Pero vuelve a caer en una lectura interpretativa de la Biblia, porque al preguntarle Darrow si esos días fueron de 24 horas, él responde que sí. Y cuando Darrow le dice que eso no habría sido posible, él insiste de todas formas en que sí, pues siendo días, por fuerza debió durar cada uno 24 horas. Y entonces Darrow lo acosa: –¿Cómo pudieron ser días de 24 horas los tres primeros si el sol fue creado en el cuarto día? ¿Cuánto duraron en verdad esos días? Bryan no tiene respuesta. 92 Y antes, a propósito del tema del diluvio, Darrow le había leído el texto bíblico en el que se afirma que todos los animales que no entraron en el arca de Noé murieron ahogados. –¿Usted lo cree? –le pregunta Darrow. –Sí, lo creo. Y Darrow remata con esta mortal puñalada: –¿Y los peces? ¿También se ahogaron? La victoria de Darrow es total, la derrota de Bryan rotunda y la inerrancia de la Biblia se derrumba por completo. Y no solo en ese pequeño pueblo del Sur que es Dayton sino a todo lo largo y ancho de Estados Unidos, porque el juicio tiene alcances nacionales, y porque toda la prensa, siempre amante de tubazos y de escándalos, se encarga de inmediato de difundir a todo el país el debate haciendo énfasis en sus detalles. Pero de todos modos el juicio está perdido. El jurado condena a Scopes y el joven profesor es multado con cien dólares, una cifra respetable en esos años. Nada grave: la ACLU se encarga de pagar la multa y Scopes queda libre. Lo importante es el severo golpe sufrido por el fundamentalismo. La verdad bíblica queda seriamente herida en lo más noble, en su credibilidad y en su supuesto carácter científico. A esto hay que agregar que el maltratado Bryan, que es ya un hombre viejo, de sesenta y cinco años, deprimido como queda luego del juicio, enferma y muere unos días después, lo que en un momento tan grave como ese deja al fundamentalismo sin su líder. El repliegue Muchos autores afirman que después de esa derrota el fundamentalismo prácticamente se hunde y casi desaparece. Lo mismo se dijo en el caso del Ku Klux Klan que, curiosamente, después de un crecimiento comparable al del fundamentalismo, en esos mismos años veinte, también sufrió un golpe serio en las mismas fechas en que tuvo lugar el Proceso del Mono, en ese año fatal para ambos que fue 1925; golpe que en su caso no derivó de una disputa religiosa sino que fue producto de una violación y asesinato cometidos por su máximo líder. Pero ninguno de estos dos movimientos desapareció, aunque el golpe recibido los debilitó a ambos seriamente. El Ku Klux Klan, tras un lento repliegue y un regreso a terrenos más limitados, como los estados sudistas, se fue diversificando por 93 medio de varios movimientos de extrema derecha que continuaron con otros nombres su política xenófoba, racista y anticomunista en las décadas siguientes; asunto del que hablaré más adelante. Por su parte el fundamentalismo, mientras asimilaba el duro golpe (y exceptuando el Sur, el Cinturón Bíblico, donde seguía en cambio vivo y muy activo) se veía forzado a un inevitable repliegue, que lo hizo abandonar en lo esencial la esfera y las discusiones públicas para refugiarse en universidades e institutos religiosos protestantes, dedicándose a cerrar filas y a formar cuadros en ellos con profesores, estudiantes y egresados, todo con la esperanza de volver a los espacios públicos y a la búsqueda de necesarios apoyos políticos derechistas apenas se creara de nuevo en el país un contexto que le fuese favorable. Pero mientras llegaba ese nuevo contexto favorable, los fundamentalistas trabajaron a diario para sobrevivir, fortalecer sus principios y crecer, aunque sin hacer mucho ruido como hacían antes. En su citado libro, Karen Armstrong analiza con lucidez y mucha información lo que logra el fundamentalismo estadounidense en esos años que separan el Proceso del Mono de la Segunda Guerra Mundial. Y no es poco. Permaneciendo fuera de los espacios públicos para restañar sus heridas y fortalecer sus ideas, los fundamentalistas se concentran –como dije– en las universidades e institutos religiosos y se dedican a formar nuevos adeptos y nuevos cuadros. La autora señala que para 1930 había no menos de cincuenta universidades fundamentalistas en Estados Unidos y que en los años siguientes se crearon otras veintiséis. Pero además de eso empezaron también a descubrir los medios, en especial los nuevos como la radio, para entonces ya masificada. Crearon de este modo lo que Armstrong llama imperios editoriales y grandes redes de radiodifusión. El más importante de esos centros de estudio que fundaron fue la Universidad Bob Jones, creada en Florida en 1927 y trasladada luego a Carolina del Sur. Esa universidad fue su principal instrumento para formar profesores y estudiantes y, sobre todo, nuevos cuadros defensores y difusores del fundamentalismo. Este se hace entonces más derechista, rígido, cerrado e intransigente; y como muy bien señala Karen Armstrong, el premilenarismo se convierte en una de sus principales armas, lo que le permite a sus fieles ver las bombas, las matanzas y la destrucción terrible causada por la Segunda Guerra Mundial como un irrefutable anuncio apocalíptico de la cercanía de la esperada por ellos 94 Segunda Venida de Jesús. Y llegan hasta a decir que el lanzamiento de la bomba atómica había sido predicho por San Pedro en su Segunda Epístola. Hay empero otra cosa que quiero comentar a este respecto. Karen Armstrong hace referencia a un grupo llamado Defensores de la Fe Cristiana, fundado (en los años treinta) por un baptista de nombre Gerald Winrod, que en la década de los veinte se oponía a que la teoría de la evolución fuera enseñada en escuelas y liceos y que en esos años treinta, después de visitar Alemania, regresó a Estados Unidos convertido en admirador de los nazis y enemigo rotundo de los judíos. Estrechos amigos de Winrod eran otros dos personajes de igual perfil: Billy James Hargis, pastor protestante anticomunista, fundador de una tal Cruzada Cristiana que tenía a la Unión Soviética como una sociedad satánica dispuesta a apoderarse de Estados Unidos para imponerles el comunismo, y Carl McIntire, presbiteriano fundamentalista como Winrod, que creó una corriente ultraderechista de su propia iglesia: la Iglesia Bíblica Presbiteriana, y que luego, en los años cincuenta, se hizo seguidor de Joseph McCarthy en su lucha contra el comunismo. Lo que Karen Armstrong omite es que la Cruzada Cristiana de Hargis fue fundada más tarde, en 1950; que Winrod, de quien hablo en detalle más adelante, era también desde los años veinte un activo militante del Ku Klux Klan y que sus fulanos Defensores de la Fe Cristiana, además de ser todos fundamentalistas religiosos, no eran más que una de las varias organizaciones de derecha que derivaron del mismo Klan, luego de su crisis de 1925, y que continuaron difundiendo en el país sus ideas xenófobas, racistas y anticomunistas en la década de los treinta, además de promover activamente la ciega admiración del nazismo y de copiar algunos de sus rasgos. Es por eso que comparo lo que parecería ser solo una mera coincidencia entre el auge y la crisis del fundamentalismo y el del Ku Klux Klan, porque pienso que no es del todo casual, ya que ambas organizaciones eran de extrema derecha en un ambiente que les resultaba favorable y que de pronto cambió, en un caso por el Proceso del Mono, en el otro por una violación y un asesinato, y que aunque tenían también sus diferencias (los fundamentalistas eran pacíficos y no violaban mujeres ni linchaban negros), no dejaban por ello de tener también rasgos comunes, siendo los miembros del Klan no solo nativistas, racistas y xenófobos, sino también firmes fundamentalistas y anticomunistas. 95 La coyuntura favorable empieza a perfilarse desde la segunda mitad de los años cuarenta con el comienzo de la Guerra Fría y del mccarthismo que inicia Truman bajo presión republicana, y que lleva a su plenitud la histeria anticomunista desatada por el senador Joseph McCarthy. Dentro de ese nuevo contexto los fundamentalistas, que en esas dos décadas y media anteriores, de relativo encierro en universidades e institutos, se han hecho más reaccionarios y agresivos, y también más dogmáticos porque han ido forjado durante ese tiempo una auténtica contracultura religiosa para poder enfrentar con posibilidades de éxito a su enemigo central el modernismo, van descubriendo varias cosas que pueden aprovechar. Una de esas cosas es que ellos mismos han crecido casi sin darse cuenta, porque la cifra de estadounidenses que comparte sus ideas básicas ha aumentado en esos años y son muchos de ellos los que creen en forma literal todo lo que dice la Biblia, como la creación del mundo en siete días, que Jonás fue tragado y vomitado sano y salvo por una ballena, o que Josúe paró el sol para ganar una batalla antes de que anocheciera, y que son además dóciles creyentes que esperan con temor creciente el Apocalipsis y el fin del mundo anunciado por su libro sagrado; Apocalipsis y fin del mundo de los que ven señales que les hacen pensar a diario en su cercanía o inmediatez. Otra es que el poder y peso de ese miedo no se limitan a lo religioso, sino que su carácter apocalíptico tiene que ver con que de manera extraña Dios le ha dado ahora la bomba atómica también a los rusos, cuyo comunismo ateo tiene incidencia directa sobre Europa Oriental, y porque desde 1949, con el triunfo de los comunistas chinos, se ha creado un enorme campo socialista-comunista capaz de competir con la absoluta hegemonía que Estados Unidos había adquirido después de concluida la Segunda Guerra Mundial. El comunismo y el socialismo siguen ganando terreno en el mundo; la derecha política estadounidense ha traído de nuevo al primer plano a su viejo enemigo, el comunismo ruso, ahora más potente que en décadas anteriores y ampliado por el triunfo comunista chino; y el mccarthismo está viviendo un nuevo auge que, como es de esperar, no solo pretende enfrentar cualquier real o supuesta amenaza comunista interna sino que sirve, sobre todo, por su histérica virulencia, para aumentar por doquier los terrores de los ciudadanos. El terreno, pues, resulta por muchas razones de nuevo favorable. 96 Sin embargo, es luego de la década de los cincuenta, y sobre todo en los sesenta y setenta, que el fundamentalismo recobra en verdad protagonismo. Es en esas décadas cuando va a incrementar realmente su peso religioso y político y su fuerza dentro de la siempre conservadora sociedad estadounidense. Y aquí, además de que los temores apocalípticos siguen siendo una buena base, lo ayudan otras cosas. Una de ellas, como hace notar también Karen Armstrong, es la modernización del Sur, porque esta en forma paradójica, con dos o tres décadas de retardo, recrea ahora en el atrasado, tradicional y poco urbanizado Sur la misma modernidad urbanizadora capaz de sacudir viejos y arraigados valores tradicionales que viviera el Norte en la década de los veinte. Desarrolla industrias, amplía las viejas ciudades sudistas y atrae a mucha gente moderna del Norte. E introduce de manera inevitable nuevos valores y formas de vida que atentan contra la existencia tradicional sudista y que provocan el rechazo abierto de los sectores más tradicionales y atrasados, opuestos a que esas influencias, que tienen contenidos antirreligiosos peligrosos para ellos, pongan en peligro la vieja religión, la old religion, y sus viejas y arraigadas tradiciones nativistas y conservadoras. En ese descontento, que une a millones de personas en la defensa de sus valores sociales sustentados en la Biblia, encuentra el fundamentalismo una de las más grandes fuentes de su crecimiento. Otra de esas cosas favorables es que la creciente injerencia del Estado federal enfrentando conductas generadas por esos valores tradicionales imperantes en el Sur provoca resistencia y en ella también se apoyan, por supuesto, los fundamentalistas para crecer, respaldándola y ganando mucho apoyo popular. Las leyes federales que enfrentan la segregación y las que defienden los derechos de las mujeres constituyen un buen ejemplo, lo mismo que las que defienden la enseñanza laica e intentan, con base en la Primera Enmienda, excluir la enseñanza religiosa específica de las escuelas estatales. Todas ellas generan una enorme resistencia por el tradicionalismo sudista; y en todas esas protestas los tradicionalistas encuentran apoyo firme de los fundamentalistas, afectados también por esa amenazante modernidad. Y esa es otra fuente de crecimiento del fundamentalismo protestante más recalcitrante en el Sur, en ese bien llamado Cinturón Bíblico. 97 El televangelismo y los televangelistas Pero el fundamentalismo, y esto va a ser algo decisivo, descubre que ese cuadro favorable no es suficiente para garantizar su crecimiento y aumento de poder. Y va descubriendo pronto dos cosas esenciales que le servirán para convertirse por fin en una verdadera y creciente fuerza nacional, aprovechando esas condiciones favorables: una, que el camino para utilizar y ampliar eso no es ya el de antes, el de limitarse a la simple prédica sobre temas religiosos hecha en iglesias y universidades, el de la lenta lucha por ganar apoyo político de la derecha más extrema y hacer aprobar leyes contra la evolución, que sigue siendo esencial para ellos, y contra otros odiados enemigos como el sexo libre, la homosexualidad, el lesbianismo, el feminismo y los nuevos derechos por los que vienen luchando las mujeres. El nuevo camino se lo abrirán los nuevos medios masivos de comunicación; dicho en otras palabras, la televisión, que permite llegar en vivo y en directo a millones de personas, llevándoles el mensaje religioso fundamentalista acompañado, por supuesto, de espectáculo, de show, de cantos, de distracción, de chismes, de ataques y calumnias contra los enemigos, de todo recurso manipulador que pueda ser divinizado, asociado siempre con Dios y sus mandatos, y así ganarse esas masas y convertirlas en fieles y ciegas seguidoras de lo que se les diga. Y otra, que esos medios también permiten obtener recursos directos de los fieles y ampliar la posibilidad de ganar apoyo político realmente en grande. Y si el instrumento de poder y comunicación es la televisión, a partir de ahora los nuevos líderes del fundamentalismo van a ser los predicadores televisivos, hombres capaces de convertirse en líderes mediáticos, en conductores carismáticos de grandes masas, en verdaderos ídolos venerados por el pueblo; y también (al menos eso se cree ingenuamente en un principio) más sanos y confiables que los políticos corrientes. Esos predicadores televisivos hablan con Dios, transmiten su mensaje a masas dóciles y abobadas, hacen hasta milagros por televisión, milagros que van perfeccionando con el tiempo, y con ellos se hace más fácil también ganar y masificar el apoyo político necesario que sus iglesias requieren para hacer posible su dominio. De modo que el fundamentalismo empieza a pensar y actuar en grande. El Proceso del Mono parece haber quedado para la historia, ser ya historia, una desagradable historia que es preferible olvidar, aunque no totalmente. Por delante, además, lo que los nuevos fundamentalistas 98 tienen son nuevos despertares y revivals. Y a partir de ahora estos serán mucho más grandes y efectivos que los de antes porque sus promotores serán los líderes religiosos televisivos, todos ellos predicadores, ministros de iglesias fundamentalistas; todos ellos hombres que mueven millones de personas a lo largo y ancho del país y que pueden hacer con esos fieles televidentes lo que quieran. Ello hará que no sean solo miles sino millones de hombres y mujeres los que revivan, sanen y renazcan de esos grandes revivals y despertares directamente promovidos y dirigidos desde la televisión. Tenemos entonces que ver ahora quiénes son esos nuevos líderes religiosos mediáticos, llamados corrientemente televangelistas, cómo aparecen y se hacen ricos y poderosos, y sobre todo cómo actúan. Mencionaré solo los principales y examinaré sus currícula, disponibles (aunque bastante embellecidos) en Internet. Aunque también de varios textos escritos disponibles es posible obtener descripciones menos favorables de la conducta de algunos de ellos. En todo caso, por ahora solo los revisaré hasta los años ochenta, década de grandes escándalos que ellos protagonizan o en los que aparecen involucrados. Pero más adelante volveré a ocuparme de ellos. Mencionaré entonces a Billy Graham, el más famoso y moderado de todos; y luego a Jimmy Swaggart, Jerry Falwell y Pat Robertson, que es de todos el más reaccionario, agresivo y provocador. Billy Graham Hoy retirado de los medios por los achaques y los años (murió en febrero de 2018, poco después de salida la primera edición de este libro), Billy Graham fue el primero de esos predicadores fundamentalistas en convertirse en fenómeno televisivo ya desde fines de los cuarenta. Hijo de padres presbiterianos, calvinistas, es baptista del Sur, es decir, calvinista, fundamentalista, pero ha sido siempre moderado y ha pasado, antes de llegar al baptismo, por diversas iglesias protestantes. Se definía como cristiano evangélico. Actuó como predicador o evangelista mediático al menos desde 1950. En 2017 era un anciano enfermo de noventa y ocho años, pues había nacido en noviembre de 1918. Se asegura que es el predicador que ha predicado en persona el evangelio a más gentes. Se calcula que como predicador radial y televisivo se habría comunicado en directo con 2.200 millones de personas. Estuvo involucrado en política desde fines de los cuarenta, cuando empezó a actuar en radio y televisión. Como sudista apoyó 99 la segregación racial aunque evitando definirse frente a ella, incluso en pleno movimiento negro por los derechos civiles. Pero poco después empezó a oponerse a la segregación y lo hizo desde entonces. En 1950 visitó a Truman, pero este declaró que Graham le parecía un hombre falso, solo interesado en ver su nombre en la prensa. Luego fue amigo cercano de Eisenhower y así conoció a Nixon. Graham fue miembro del Partido Demócrata, aunque como amigo íntimo de Nixon, estuvo al lado de los republicanos durante la presidencia de este. Sin embargo, disimuló sus compromisos políticos posteriormente. En 1979 se negó a unirse a la Moral Majority de Jerry Falwell porque la moralidad no podía reducirse al sexo. Ha sido, empero, consejero de todos los presidentes desde Eisenhower y salvo en lo de Watergate, de Nixon apoyó todas sus políticas y crímenes. Respaldó la Guerra Fría, la guerra de Corea, la de Vietnam y la invasión de Irak por Bush hijo, de la cual le pareció que saldría una nueva paz y un nuevo orden del mundo. Eso es, en términos fundamentalistas, lo que en Estados Unidos se llama moderación. Graham se ha declarado siempre enemigo del comunismo, pero visitó Corea del Norte y en 1999 alabó a Kim Il Sung diciendo que era un comunista diferente y que había luchado por la libertad de su país contra los invasores japoneses. Jimmy Swaggart Nacido en 1935, Swaggart, considerado después de Graham uno de los grandes del televangelismo, no es calvinista sino pentecostal. Su ministerio televisivo se inicia en 1975 y pronto se convierte en internacional por los millones de personas de todo el mundo que lo siguen. En los ochenta su programa semanal era transmitido por más de tres mil estaciones de cable en numerosos países y era seguido por ocho millones de personas en Estados Unidos y quinientos millones de seres en el mundo. Uno de esos fieles seguidores era, por cierto, Harold Bloom, que así lo admite en su libro La religión en los Estados Unidos, en el que se confiesa sincero y ardiente fanático suyo y al que considera el más extraordinario de todos esos televangelistas masivos. Es su opinión. El programa de Swaggart se llama Un estudio de la palabra de Dios y Swaggart dirige desde 1984 un seminario, el WEBC o World Evangelism Bible College, en el que forma líderes religiosos y misioneros. Pese a su simpatía y éxito masivo, Swaggart no dejaba de ser un intransigente fundamentalista que predicaba una religión del 100 odio mientras se ufanaba en sus programas de salvar cien mil almas por semana. Tuvo serios problemas en sus programas por ataques e insultos reiterados a personas y a grupos musicales que lo demandaron en tribunales, y problemas fuera de su espacio televivivo porque, pese a ser defensor del puritanismo más estricto, quedó en evidencia como hipócrita al ser descubierto en 1988 con una joven prostituta. Ante ese hecho, reaccionó con una habilidad que muchos calificaron de cinismo: en uno de sus siguientes programas se presentó con cara de vergüenza, se arrodilló ante las cámaras gritando que había pecado y que pedía con lágrimas perdón de Dios, pero sin decir nada de prostitutas ni de cuál había sido su pecado. Swaggart calumnió a músicos como Steve Harris y al grupo de heavy metal Iron Maiden entre 1986 y 1988, acusándolos de diabólicos. Debió pagar una millonada por esa demanda y otra algo menor a Marvin Gorman, pastor al que también había insultado y calumniado. Después de la historia de la prostituta fue sacado de su programa por un año, pero luego volvió, recuperando su audiencia, que había disminuido un poco luego del escándalo. En 1991 reincidió, esta vez con una prostituta callejera, aunque en esta ocasión no le pasó nada. Jerry Falwell Televangelista, baptista del Sur y fundamentalista, Falwell fue un hombre profundamente reaccionario, nacido en 1933 y muerto en 2007. Como religiosopolítico conservador estuvo identificado con el Partido Republicano. Fue pastor de una enorme comunidad religiosa baptista del Sur, fundó la Iglesia de Saint Thomas Road Baptist Church; una academia religiosa, la Lynchbourg Christian Academy en 1976 y la Liberty University en 1971, y fue el cofundador de la Moral Majority en 1979. Nació en Lynchbourg, Virginia. En 1956 fundó la Saint Thomas Road Baptist Church con treinta y cinco miembros. La iglesia creció en poco tiempo y él comenzó también en ese mismo año su ministerio radiotelevisivo, The Old Time Gospel Hour. En los cincuenta y sesenta se enfrentó a Martin Luther King y a su lucha por los derechos civiles de la población negra y luego a la desegregación racial en las escuelas públicas por el Gobierno federal. La escuela que fundó en Lynchbourg, Liberty Christian Academy, era una academia privada solo para estudiantes blancos. Se oponía a dejar entrar en ella a estudiantes negros con el argumento falaz de 101 que era una academia cristiana y no una academia segregada. Pero fue forzado a abrirla a estudiantes negros. Apoyó la segregación hasta el final y respaldó a George Wallace en su lucha por impedir el acceso de estudiantes negros a las escuelas y liceos desegregados por el Estado federal. En realidad, su posición además de segregacionista iba contra todas las escuelas públicas; y declaró en 1987: Sueño con ver el día en que no haya escuelas públicas, como ocurría en los primeros tiempos de Estados Unidos (porque en las trece colonias las escuelas eran todas religiosas); un día en que las iglesias hayan conquistado esas escuelas y sean los cristianos quienes las manejen. ¡Qué día feliz sería ese! A diferencia de Swaggart y de los esposos Bakker, Falwell se cuidaba mucho de hacer payasadas y excentricidades en sus programas. Estos eran veneno serio y pronto lograron también una enorme audiencia. En 1979 funda Moral Majority que pronto se convierte, en los ochenta, en el más grande y poderoso lobby de grupos de cristianos evangélicos, léase fundamentalistas, de Estados Unidos. Se definía como pro vida, pro familia tradicional, pro moral y pro americano. Apoyó a Reagan y en su elección en 1980 le brindó casi dos tercios de los votos de cristianos evangélicos blancos del país. Carter, que perdió su reelección ante Reagan, candidato del fundamentalismo, denunció que el grupo de Falwell había pagado diez millones de dólares en comerciales en radio y TV del Sur para presentarlo a él, un sudista, como traidor al Sur y para decir que ya no era más un cristiano. Falwell y su Moral Majority apoyaron a los republicanos y a su política, lo que llevó a que Billy Graham se atreviera a hacerle una tímida crítica por apoyar salidas políticas exentas de elementos morales. Falwell no solo apoyó la guerra contra Vietnam con todos sus crímenes, sino que consideraba que los objetivos políticos del gobierno habían sido limitados porque se debía hacer una guerra total contra el norte del país pues el Presidente de Estados Unidos, «como ministro que es de Dios –dijo–, tiene el derecho a usar armas mortíferas contra quienes, como los comunistas vietnamitas, encarnan el Mal». Falwell apoyó a Israel, habló de sionismo cristiano y atacó con odio a los musulmanes, defendió el apartheid en Sudáfrica y dijo que suprimirlo traería el triunfo de una peligrosa revolución negra apoyada por la Unión Soviética. Condenó siempre la 102 homosexualidad como prohibida por la Biblia, apoyó la campaña de Anita Bryant «Salvad a nuestros niños», insultó y agredió en sus programas a homosexuales y lesbianas. En 1993 declaró que el sida no era solo un castigo de Dios contra los homosexuales, sino el castigo de Dios a la sociedad que los toleraba. Cuando supo que la conocida actriz y presentadora televisiva Ellen DeGeneres era lesbiana la llamó Ellen Degenerate. Pat Robertson Nacido en 1930, Robertson es baptista del Sur, fundamentalista, televangelista, empresario, creador y presidente de organizaciones como Christian Broadcasting Network, Christian Coalition, International Family Entertainment Inc. y American Center for Law and Justice. Es también presidente de la Regent University. Milita en el Partido Republicano y todavía conduce el show televisivo The 700 Club, que se difunde por las redes dependientes de CBN y por otras redes estadounidenses. Inició su actividad de televangelista en 1960 al instalar en Virginia la CBN. Era una estación pequeña que pronto se convirtió en un canal bien dotado, su programa alcanzó una enorme difusión y él una gran popularidad con sus mensajes religiosos siempre derechistas y fundamentalistas. Recibía donaciones por millones. La CBN montó una red de cableras. Siguió creciendo sin parar. Sacando dinero de sus indefensas víctimas televisivas se hizo multimillonario; y se expresa por su principal programa, The 700 Club. Como fundamentalista, Robertson apoyó desde un principio a los republicanos, su partido. Pero en 1986 anunció que quería ser en la venidera y cercana elección el candidato presidencial de este. Tres millones apoyaron su propuesta y Robertson anunció que había obtenido varios millones de dólares como fondo. Su propuesta, reaccionaria como las de los otros precandidatos, no obtuvo mucho apoyo, quedando en todas las consultas por detrás de Bush, decidiendo al final, como fiel militante, pasarle a este sus votos y volver a su actividad de predicador televisivo. La intolerancia religiosa de Robertson es proverbial. Ha dicho a sus seguidores que algunas corrientes protestantes alojan el espíritu del Anticristo. Denunció al hinduismo como demoníaco y al islam como satánico. Sus acusaciones contra la homosexualidad han sido permanentes y siempre agresivas, lo mismo que su condena al aborto y al feminismo. 103 El modus operandi de estos predicadores, que es el secreto de su éxito, es digno de ser conocido dados los alcances gigantescos de este, pero también y sobre todo por las trampas, sordideces y estafas que constituyen su sustancia, y que al menos en gran parte han terminado siendo descubiertas y denunciadas. La gran maravilla de este televangelismo no ha sido tanto la atracción masiva de público lograda por el carisma de los predicadores, por su capacidad de conductores de masas apoyada en el poder inmenso de la religión, y sobre todo por el enorme peso de las principales corrientes fundamentalistas protestantes (baptistas, presbiterianos, pentecostales y hasta metodistas) en un país tan domesticado por el embrutecimiento religioso como es Estados Unidos. Si ese carisma hubiese estado dedicado exclusivamente a atraer nuevos fieles para cualquiera de estas corrientes religiosas, no se habría tratado de otra cosa que del hecho de que esas corrientes querían aprovecharse del poder inmenso de esos nuevos medios de comunicación para llegar con ellos hasta millones de personas y captarlas para sus iglesias con un mensaje y un compromiso religioso. De haber sido solo así, la oposición se habría planteado como antes entre quienes, como ellos, querían aumentar el dominio de la religión sobre el pueblo estadounidense y los progresistas y liberales opuestos a ellos, que querían por el contrario fortalecer el laicismo y despertar las capacidades racionales de ese mismo pueblo, adormecidas por la religión. Pero en este caso el problema era otro porque no se trataba solo de algo político-ideológico, sino esencialmente de algo ético. El problema estuvo y sigue estando en que, exceptuando a Billy Graham, esos predicadores terminaron todos, unos más que otros, aprovechándose de su carisma y prestigio no solo personal sino religioso, reforzado porque eran ministros de sus respectivas iglesias, todas dominadas por el fundamentalismo calvinista, y porque en su calidad de tales podían presentarse ante los ingenuos televidentes como autorizados mensajeros o enviados de Dios. Y aprovecharon ese inmenso poder no sólo para enriquecerse de manera grosera mediante negocios especulativos y estafas de todo tipo y por medio de abundantes donaciones de gente rica que los financiaba, sino sobre todo, y esto es lo más cruel y miserable, explotando los problemas, miedos, enfermedades y dolencias de millones de los más pobres, crédulos e ingenuos televidentes y aprovechándose de ellos para sacarles todo el dinero posible de sus salarios y 104 modestas cuentas de ahorro, ofreciéndoles a cambio –en nombre de Dios o de Jesús– que entregándole a ellos sus recursos, esa pobreza sería superada o esas enfermedades y dolencias serían curadas, no importando la gravedad que hubiesen alcanzado, aunque se tratase de cánceres avanzados o mortales. Y a diferencia de lo que sí debieron hacer esos primeros predicadores mediáticos, como el estafador Hakeem Abdul Rasheed o el predicador baptista-pentecostal-metodista Oral Roberts, ellos no tuvieron que hacer milagros directos ante las cámaras, lo que exigía forzosamente en esos casos complicidades abiertas de los supuestos sanados o trampas diversas y a menudo chapuceras. No, estos nuevos predicadores fueron protagonistas y creadores de una verdadera genialidad digna del Salón de la Fama de la Estafa. Crearon el milagro masivo que en lugar de hacer en forma directa la curación del paciente ante las cámaras, se hacía a distancia, desde el estudio televisivo, con varios anónimos pacientes que eran parte de los miles o millones de televidentes del programa; milagro curativo que el predicador, siempre a nombre de Dios, de Jesús o del Espíritu Santo, ordenaba que tuviese lugar a distancia para que más adelante el paciente que había sido curado, o que había obtenido dinero para el pago de una deuda impagable, apareciera días más tarde, feliz, ante las cámaras, convocado al programa por los asistentes del predicador para dar fe de que por orden de Dios el milagro a distancia había ocurrido. En su ya citado estudio, el conocido antropólogo estadounidense Marvin Harris nos ha dejado varias antológicas descripciones del modus operandi de algunos de los más representativos y famosos de esos predicadores. Habla allí, entre otros, de los esposos Bakker, de quienes me ocuparé más adelante, de Oral Roberts, Jerry Falwell y Pat Robertson. Oral Roberts sigue siendo primitivo y algo menos tramposo. Harris lo muestra necesitado de 50 millones de dólares para terminar un complejo hospitalario, The City of Faith Medical and Research Center (La Ciudad de la Fe), que había estado construyendo cerca de Tulsa, Oklahoma (Roberts era descendiente de indígenas de ese estado) y en el que trataba de ayudar a los pobres. Lo que se le ocurrió para obtener los dólares fue aparecer ante las cámaras con un gran pedazo de tela que él decía que era milagrosa, capaz de producir al tenerla entre las manos algo como un calor sobrenatural, muy fuerte y de origen divino. La hizo cortar 105 en varios miles de pequeños trozos y los vendió a los televidentes seguidores de su programa a cambio de acciones de su ciudad milagrosa y del derecho a obtener milagros especiales. Honesto o tramposo, esto resulta ingenuo comparado con las estafas que siguen, como la de Jerry Falwell en una suerte de atraco televisivo a distancia pidiéndole a sus millones de fieles, en su programa La hora del Evangelio de siempre, que le entregaran la décima parte de sus ingresos. Pero el maestro en este campo es Pat Robertson. Harris lo muestra en uno de sus programas rezando arrodillado y con las manos elevadas hacia el cielo. En su oración ante los televidentes Robertson exclama: «¡Oh, Señor, cura los cánceres ahora mismo! ¡Gracias te damos, Jesús! Gracias te damos, Señor. Ayúdanos en las necesidades financieras ahora mismo ¡En el nombre de Jesús! ¡Gracias te damos, Señor!». Luego se levanta y se dirige a los televidentes para mostrarles el resultado de sus plegarias, resultado que nadie puede ver pero que él sabe que está ocurriendo. Y exclama emocionado: Hay una mujer en Kansas City que tiene sinusitis. El Señor se la está curando en este momento. ¡Gracias te damos, Jesús! Hay un hombre con una necesidad económica, creo que cien mil dólares. En este momento se está satisfaciendo esa necesidad y dentro de tres días se le facilitará el dinero mediante el milagroso poder del Espíritu Santo. ¡Gracias te damos, Jesús! Hay una mujer en Cincinnati con cáncer en los ganglios linfáticos. No sé si ya le ha sido diagnosticado, pero no se encontraba bien y el Señor está disolviendo el cáncer, ¡ahora mismo! Hay una señora en Saskatchewan postrada en una silla de ruedas, con encorvamiento de la columna vertebral. El Señor la está enderezando en este momento. ¡Usted puede levantarse y caminar! Solo con pedirlo lo conseguirá. ¡Levántate y anda! ¡Gracias te damos, Jesús! ¡Amén, Amén! De inmediato arrancan a repicar los teléfonos del estudio y empiezan a reportarse resultados milagrosos como los esperados. Y como comenta Harris, no se trata de una vulgar trampa. Es una trampa genial. Entre los millones de televidentes seguidores del programa debe haber una mujer en Kansas City con sinusitis, un hombre (Robertson tuvo la prudencia de no decir dónde, de modo que puede ser en cualquier parte de Estados Unidos o Canadá) que necesite cien mil dólares, una mujer en Cincinnati convencida de que tiene cáncer en los ganglios linfáticos sin que se lo hayan 106 diagnosticado (signo de que seguramente no lo tiene), y una mujer en Saskatchewan en silla de ruedas, pero Harris añade que «seguramente puede arreglárselas para enderezarse y por lo menos andar hasta el teléfono». La estafa de los Bakker es más burda y resultó más escandalosa, mientras la de Robertson, más sutil e inteligente y repetida con naturalidad a diario, pasaba por normal y Robertson jamás debió responder nada por ella. La información sobre el escándalo asociado con el nivel de vida, las estafas y los escándalos sexuales de los Bakkers se encuentra disponible en Internet pero está algo mejor descrita y muy bien analizada por Karen Armstrong. En lo que sigue, para describirla y comentarla, me baso en ambas fuentes y agrego comentarios propios. Los Bakker, Jim y Tammy, eran una pareja de origen humilde pero con ganas de ascender, ambos creativos y afortunados; y el televangelismo los convirtió, en pocos años, en famosos y extremadamente ricos. Jim, nacido en 1940, en un pueblo de Michigan, conoció a Tamara Faye, dos años menor que él, en 1960 en un seminario religioso en el North Central Bible College. Ella trabajaba en una boutique y él en un restaurante. Se casan y en Carolina del Sur ambos comienzan a trabajar para Pat Robertson, cuya CBN apenas levantaba cabeza. Los Bakker fundan The 700 Club, programa pronto exitoso que termina en poder de Robertson y crean para él otro que es una suerte de teatro religioso de títeres. A mitad de los años setenta se separan de Robertson y crean su exitoso programa Praise the Lord (PTL) y se hacen ricos y populares. Ella daba al programa el toque sentimental y cantaba. Se mostraba además tolerante con el sexo, con la homosexualidad y con las víctimas de sida, algo excepcional entre esos televangelistas puritanos. Su riqueza aumenta con su evangelismo comercial y llegan a crear un parque temático religioso que más se parece a Disney World que a una iglesia cristiana. Carecen de toda ética religiosa y logran acumular muchísimo dinero, lo que les permite llevar un escandaloso y despilfarrador tren de vida que empieza a llamar la atención, a suscitar críticas y a levantar serias sospechas sobre ellos y sus negocios. El PTL colapsa para ambos en 1987, al descubrirse por obra del predicador Jimmy Swaggart, que con su odio usual lo delata y agrede en forma insultante, que Jim ha debido pagar 287.000 dólares por el silencio de Jessica Hahn, su secretaria, que reclamaba que Jim la había drogado y violado mientras este negaba la acusación 107 y la inculpaba ella de haber consentido la relación sexual. Pero de todas formas hubo que pagarle el dinero. Mientras tanto, Tammy, enamorada locamente del cantante popular Gary Paxton, se había escapado con él y abandonado a Jimmy. Pero pronto regresó a su lado. La denuncia llevó a poner en evidencia la vida rica de los Bakker, sus ingresos, gastos derrochadores y posesiones estrafalarias, como una casa costosísima frente a la playa en California recargada de lujos ostentatorios como bañeras de oro y una perrera dotada de aire acondicionado. Pero eso no era todo, porque al Estado federal le llegaron bien fundamentadas denuncias de fraude. El escándalo se hace así mayor y más peligroso. Jim Bakker renuncia a PTL y para salvarlo le pide a Jerry Falwell que asuma el control en forma provisoria y este acepta. Pero pronto Jim acusa a Swaggart, su denunciante, de estar negociando con Falwell para quedarse con el exitoso PTL. Entonces se descubre que Swaggart ha tenido relaciones sexuales con una joven prostituta que acaba de vender su historia contando que Swaggart tiene gustos sádicos. Y Falwell, indignado porque Bakker lo ha acusado de estar negociando con Swaggart la venta de PTL, se venga de Bakker presentando en público el testimonio jurado de varios hombres que aseguran haber tenido relaciones homosexuales con él. Además, muestra una nota en la que Tammy, su esposa, exigía para guardar silencio en lo tocante a Jessica Hahn, que se le asegurase de lo que aún quedaba de PTL 300.000 dólares anuales a Jim y 100.000 a ella más la lujosa casa de 400.000 dólares y otras prebendas. Y mientras el escándalo llega al tope, Jim es sometido a juicio por fraude y condenado al pago de una gruesa multa y a cuarenta y cinco años de cárcel. Poco después, Tammy termina casándose con Roe Messner, un millonario que ha sido socio de Jim en sus no siempre limpios negocios. Como es de esperar, esta sórdida y novelesca historia que muestra al país la corrupción de los Bakker, el odio profundo y las agrias rivalidades que caracterizan las relaciones entre unos predicadores que más parecen empresarios feroces que amistosos hombres de Iglesia –porque lo cierto es que, pese a su condición religiosa, están mucho más cerca de los primeros que de los segundos–, constituye un verdadero golpe noble contra el prestigio del fundamentalismo y contra esos fraudulentos predicadores religiosos que son más estafadores, mentirosos, farsantes y ladrones que cualquier otra cosa. 108 Sin embargo, aunque esos escándalos causan inevitable daño a los fundamentalistas y les dan armas a sus adversarios liberales, no ocurre esta vez lo que sucedió con el Proceso del Mono. El poder de la televisión es enorme, la adicción y embrutecimiento de los televidentes todavía más grande, y los fundamentalistas se recuperan pronto, a veces con los mismos líderes televisivos (y hasta Jim Bakker que, gracias a una exitosa apelación, ve su condena reducida a solo ocho años, regresa a la televisión como predicador, aunque esta vez a una escala menor en una modesta televisión de estado). En otros casos, los fundamentalistas descubren y ponen de moda a nuevos predicadores que hacen lo mismo, aunque teniendo más cuidado, y que ganan apoyo masivo mientras tratan de evitar que se descubran sus inevitables trampas. 

 

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